Sobredosis de cine la que me estoy pegando esta semana en compañía de mi buen amigo Adrián (alias Mr. X) y los refuerzos de Pepe, Ali o Alberto, ese simoniano de pura cepa, compañero de viaje en aquella memorable aventura parisina de nuestra más tierna juventud.
Ayer hubo un poco de cine español con 3 días, de Javier Gutiérrez; italiano, con Il Divo, de Paolo Sorrentino (estremecedor retrato de la corrupción política y social en Italia a través de la figura de Giulio Andreotti); y un clásico con mayúsculas, el Nosferatu de Murnau. Ver este título clave del cine mudo, modelo de expresionismo alemán, es siempre un gran placer, pero hacerlo además en pantalla grande, en un teatro como el Lope de Vega, con música en directo de un trío de jazz... eso ya una experiencia difícil de igualar. Cierto es que el jazz no es precisamente lo que mejor encaja con la historia ni con la estética del filme, pero salvando unos pocos momentos algo "chirriantes", el conjunto mereció con mucho el esfuerzo.
Y hoy... Hoy, amigos, es el gran día. Después de hoy quedarán cuatro días de festival, pero para mí habrá pasado lo mejor. Difícilmente una próxima edición de este certamen iguale un cartel como el que hoy disfrutaré -a no ser que programen un ciclo Hitchcock, claro-, pues se trata de dos de mis películas favoritas: a las cuatro de la tarde, recién salido del trabajo, con un sandwich rápido para acallar ecos estomacales, me sumergiré en esa sinfonía de los sentimientos que es Lawrence de Arabia. ¿Sabéis lo que debe ser ver esa lenta y elegante aparición de Omar Sharif entre la arena ardiente... ¡¡en pantalla grande!!? ¿Y esa toma de Aqaba (versión Cabo de Gata)? ¿Y esa cerilla apagándose y estallando ante nosotros los intensos rojos del desierto? Sí señor, va a ser algo grande...
Pero es que, cuatro horas, un café y un paseo después, hacia las once y media, rondando la media noche, volveré al Lope de Vega para embobarme con el Drácula de la Hammer, con ese Peter Cushing como holmesiano cazavampiros y esa música James Bernard que estremece al más bravo. Este año se cumple medio siglo del estreno de esta legendaria cinta, y la filmoteca británica ha preparado una copia restaurada que va estar para comérsela.
¿Que si no he visto ya estas películas? ¡Y tanto! ¿No he dicho que son dos de mis favoritas? ¿Y qué? ¿Es que tú no te cansas de ver el Guernica, o tú de escuchar el Yesterday de los Beatles o la novena de Beethoven? Pues eso. Además, en serio, ver cualquiera de estos clásicos en pantalla grande, en versión original, en una sala repleta de aficionados (esto es, gente que va al cine a ver cine, no a hacer ruidito con las palomitas, el móvil o la bolsa de Mango), esta experiencia, decía, es maravillosa. Te da la sensación de estar viendo esas películas por primera vez, y es algo mágico. El domingo, las casi cuatro horas de Doctor Zhivago se pasaron en un suspiro.
Se tratará de un don, como dice Alec Guinness al final de esa pieza maestra. O será que algunos preferimos llevar esta doble vida, a un lado y a otro de la pantalla. Y combinar así, cual superhéroe, nuestra rutina diaria con las más apasionantes aventuras en los confines del mundo. Por eso termino ya este post, que tengo que aligerar trabajo antes de embutirme en la chilaba y poner rumbo en camello hacia el pabellón de oficiales británicos de la Plaza de España.
Y que nadie me diga que perdemos el tiempo con tanto cine. ¿no lo dejó claro ya François Truffaut?
Ayer hubo un poco de cine español con 3 días, de Javier Gutiérrez; italiano, con Il Divo, de Paolo Sorrentino (estremecedor retrato de la corrupción política y social en Italia a través de la figura de Giulio Andreotti); y un clásico con mayúsculas, el Nosferatu de Murnau. Ver este título clave del cine mudo, modelo de expresionismo alemán, es siempre un gran placer, pero hacerlo además en pantalla grande, en un teatro como el Lope de Vega, con música en directo de un trío de jazz... eso ya una experiencia difícil de igualar. Cierto es que el jazz no es precisamente lo que mejor encaja con la historia ni con la estética del filme, pero salvando unos pocos momentos algo "chirriantes", el conjunto mereció con mucho el esfuerzo.
Y hoy... Hoy, amigos, es el gran día. Después de hoy quedarán cuatro días de festival, pero para mí habrá pasado lo mejor. Difícilmente una próxima edición de este certamen iguale un cartel como el que hoy disfrutaré -a no ser que programen un ciclo Hitchcock, claro-, pues se trata de dos de mis películas favoritas: a las cuatro de la tarde, recién salido del trabajo, con un sandwich rápido para acallar ecos estomacales, me sumergiré en esa sinfonía de los sentimientos que es Lawrence de Arabia. ¿Sabéis lo que debe ser ver esa lenta y elegante aparición de Omar Sharif entre la arena ardiente... ¡¡en pantalla grande!!? ¿Y esa toma de Aqaba (versión Cabo de Gata)? ¿Y esa cerilla apagándose y estallando ante nosotros los intensos rojos del desierto? Sí señor, va a ser algo grande...
Pero es que, cuatro horas, un café y un paseo después, hacia las once y media, rondando la media noche, volveré al Lope de Vega para embobarme con el Drácula de la Hammer, con ese Peter Cushing como holmesiano cazavampiros y esa música James Bernard que estremece al más bravo. Este año se cumple medio siglo del estreno de esta legendaria cinta, y la filmoteca británica ha preparado una copia restaurada que va estar para comérsela.
¿Que si no he visto ya estas películas? ¡Y tanto! ¿No he dicho que son dos de mis favoritas? ¿Y qué? ¿Es que tú no te cansas de ver el Guernica, o tú de escuchar el Yesterday de los Beatles o la novena de Beethoven? Pues eso. Además, en serio, ver cualquiera de estos clásicos en pantalla grande, en versión original, en una sala repleta de aficionados (esto es, gente que va al cine a ver cine, no a hacer ruidito con las palomitas, el móvil o la bolsa de Mango), esta experiencia, decía, es maravillosa. Te da la sensación de estar viendo esas películas por primera vez, y es algo mágico. El domingo, las casi cuatro horas de Doctor Zhivago se pasaron en un suspiro.
Se tratará de un don, como dice Alec Guinness al final de esa pieza maestra. O será que algunos preferimos llevar esta doble vida, a un lado y a otro de la pantalla. Y combinar así, cual superhéroe, nuestra rutina diaria con las más apasionantes aventuras en los confines del mundo. Por eso termino ya este post, que tengo que aligerar trabajo antes de embutirme en la chilaba y poner rumbo en camello hacia el pabellón de oficiales británicos de la Plaza de España.
Y que nadie me diga que perdemos el tiempo con tanto cine. ¿no lo dejó claro ya François Truffaut?
"Quien ama el cine, ama la vida".
Amén.
7 comentarios:
Estoy de acuerdo... Quien ama al cine, ama la vida. Y quien ama a quien ama al cine, ama la vida, sencillo si A es B y B es C, A es C... lo que me convierte en cinéfila¿?.
No lo creo, pero la cosa es que me alegro que estés/éis disfrutando, siento no poderme unir a ti/vosotros pero este año el trabajo y el estudio conjuntos me tienen exhausta.
Ale, viva el cine, el festival y los cinéfilos...
Que bien os lo estais pasando truhanes!!!
A disfrutar!!!
Besos
Jajaja... Pues no, no nos lo estamos pasando mal del todo...
El año que viene, Sempi, te apuntas de todas todas, que anoche, Peter me preguntó por ti... :-P
¡No te digo ná! Este Truffaut tenía más razón que un santo. Inolvidable "Nosferatu" [efectivamente, esa música de jazz no acompañaba del todo bien] y más increible "Drácula" con un Peter "Van Helsing" Cushing para la eternidad. Que salto pega el tío al final ¡joe! ^^
Y que me gustan esas películas con efectos especiales de segunda ... le dan un toque que las hacen más entrañables.
¡Un placer acompañarle Don Javier!
El placer es mío, don X...
A punto estuve de llamarte para unirme a la fiesta de Orf... digo... de Drácula. Pero al final no me cuadró... Una pena.
Un abrazo!
Jo, qué pena, Teo. Acabamos aplaudiendo la primera vez que salió Peter Cushing, y desatamos un apoteósico aplauso al final...
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