domingo, 28 de junio de 2009

Gracias (a unos buenos amigos)

A veces uno se ve inmerso en un callejón
oscuro, angosto, sin salida
al que no sabe bien cómo ha llegado
del que no tiene muy claro cómo escapar.

Encuentra puertas trancadas
miradas esquivas tras las cortinas
alcantarillas pestilentes
y tapias demasiado altas.

Escucha consejos
ligeros e inútiles
arrastrados por el viento
como los periódicos sobre los adoquines mojados.

Pero entonces alcanza a ver una luz
siente fuerzas y esperanzas
y sabe que no será difícil volver
con un poco de ayuda de sus amigos...

Hoy ha sido un día muy especial, chicos. Para mí, más de lo que os podéis imaginar.

A todos -you know who- gracias por ser como sois. Gracias por estar ahí: Gracias por vuestra amistad.

jueves, 25 de junio de 2009

Antes de ir a dormir

Pasan algunos minutos de las dos y media de la madrugada. No suelo escribir por las noches. Sé que parece lo más apropiado, lo más pintoresco, pero tras todo el día trabajando, no sólo estoy cansado de estar ante el ordenador, sino que además la tarde-noche es el único momento que tengo para estar con Sempi, para comentar nuestra jornada y, en definitiva, para compartir un ratito de vida.

Hoy, sin embargo, he querido quedarme a escribir por la noche.

Como creo que ya dije en la entrada anterior, o al menos apunté, había pensado dejar aparcada la novela en la que andaba trabajando, La balada de Sam, ésa que me había llevado, entre otras cosas, a recuperar mi cariño por las seis cuerdas. Tuve que abandonarla un par de meses atrás para vestir de gala el libro que espero ver publicado en otoño, la novela de misterio La fiesta de Orfeo. Y dos meses es mucho tiempo, al menos para mí y para esta historia.

Los habituales al blog ya sabéis que funciono por impulsos, a base de ambientación, de clima, y cuando el feeling se rompe, como diría el amigo Frankie (Sinatra, of course), la cosa se fastidia.

Así que me planteé aplazar esta novela. Dejarla ahí, en reposo, en una carpeta del ordenador, mientras me dedicaba a alguna otra historia más ágil y entretenida, pues La balada de Sam comenzó como eso que llaman "obra de madurez" y llegué a alcanzar un punto en el que me asustaba madurar tanto.

Pero en los últimos días de retiro y reflexión retomé el texto Releí algunos pasajes y no pude resistirme a continuar escribiendo. Eso es bueno, dirá alguno. Tal vez. Más me vale. En este momento de la trama me encuentro en una hacienda mexicana, al este de la ciudad de Chihuahua, recordando junto a un anciano de ochenta y cinco años un crimen que ocurrió en ese mismo lugar treinta y dos años atrás, durante el rodaje de la película más famosa de Sam Lonergan (alias Sam Peckinpah, ¿o es al revés?). El viento del atardecer sopla y trae consigo el olor del enebro y otros arbustos de la llanura. El viejo quiere que me quede y le escuche, pero tengo sueño, estoy cansado.

Al otro lado de la pantalla, Sempi duerme con la pequeña luz de mi lado de la cama encendida, esperándome. Algunos mosquitos crepitan al acercarse a la bombilla de la lámapa a mi espalda, y el licor Sierra Tequila quedó aguado por el hielo tiempo atrás en el vaso ya casi vacío junto a mi teclado.

Es hora de ir a descansar.

Os dejo con Sam Peckinpah y el trailer de Quiero la cabeza de Alfredo García, una historia que nada tiene que ver con mi novela; una película que supone su fuente espiritual.

martes, 23 de junio de 2009

Soliloquio solipsista para voz sola solista y acompañamiento sutil

Bueno, ya estoy de vuelta. En sentido literal, he vuelto a casa tras una semana fuera, intentando poner en orden aquello que alguien llamó, no sé muy bien por qué, el culo alemán, esto es, la azotea, el coco, la lavadora, el aguantasombreros, la materia gris, la perola o, más vulgarmente, mi cabeza. También, en otro sentido, estoy de vuelta en lo que se refiere al blog, que hace casi dos semanas que no tocaba. Las últimas publicaciones las dejé programadas, para evitar que esto pasase demasiado tiempo inactivo.

Confío que ambos regresos sean satisfactorios y definitivos, aunque en estos momentos no apostaría por ellos ni mi vieja colección de westerns en VHS (caso de lograr encontrarla).

En este tiempo he pensado mucho en proyectos pendientes, nunca terminados o eternamente postergados. He desarrollado ideas para al menos cuatro novelas de muy distinto pelaje, pero aquella ambientada en México, que iba a dejar aparcada por una temporada, me asaltó sin piedad dispuesta a obligarme a que le de fin antes de afrontar nuevas empresas.

Aquí, sobre la mesa, tengo quince libros por leer. Varios de ellos debieron caer durante esos días que estuve fuera, pero al llegar a mi destino otros títulos se cruzaron por delante y acabe seducido por ellos.

Total, que al final uno no hace más que pensar en aquello que dijo John Lennon, que la vida no es más que todo eso que nos pasa mientras nos empeñamos en hacer realidad otros planes.

Y yo estoy lleno de planes, siempre, a manos llenas. Pero me preocupo tanto por saber de qué van, cómo serán, que ninguno se caiga... que al final acabo por no disfrutar "todo eso" que pasa y que, después de todo, es la verdadera vida.

Conclusión: O pienso un tema interesante para el post de mañana o habrá que cerrar el chiringuito, porque para estos "soliloquios solipsistas para voz sola, solista..."

jueves, 18 de junio de 2009

Relato: Ya no me regalas flores

Pecadillos de juventud. Cada cual tiene los suyos. Aquí va otro de los míos: uno de los varios relatos que escribí cuando tenía dieciséis o diecisiete años inspirados por canciones que me resultaban sugerentes. En este caso se trata de un tema de Neil Diamond, You don't bring me flowers. En ella, una pareja se echa en cara todas las cosas que ya no hacen, consumida la pasión por la rutina. En mi relato, una pareja repasa esos recuerdos antes de abandonar para siempre el hogar que crearon juntos. Es una prosa terriblemente recargada, de una exagerada melancolía pero, ¿qué le vamos a hacer? Es lo que tienen los dieciséis, ¿no?

Ya no me regalas flores

Solía ser maravilloso. “Para siempre” eran las palabras más significativas del mundo para ellos. Entonces.

Hoy la casa está a oscuras, apenas unos destellos del sol de febrero se filtran entre las celdas de la persiana del salón. Él avanza entre mesas, sillas, puertas y estanterías, confundidos entre las sombras, con la misma precisión que un ciego en su hogar. Demasiado tiempo conviviendo con ellos, demasiados años para conseguirlos. Pero ya no son suyos, ni de ella, pertenecen a aquella casa, que está en manos del pasado, un pasado evocador y dulce, en el que aprendieron a reír y a llorar. Un pasado que se ha tornado hiel en sus labios. El viento del destino barre sus corazones como hojas caducas caídas sobre el húmedo acerado.

“Ya no me hablabas al volver a casa”, dice él. Ella le escucha y cierra los ojos. “Ya no nos decíamos te quiero”, le responde.

La cama es fría. Grande. Inmensa. Ella se pierde últimamente en aquellas sábanas. Le falta el aire y tiene que incorporarse en mitad de la noche. Y sin embargo es la misma cama de entonces, en la que no había espacio suficiente para dar rienda suelta a la expresión del amor que sentían, del amor que recibían, que era igual al amor que daban.

El cojín sobre la almohada, la almohada bajo el peluche. La fotografía, el pequeño joyero, el reloj francés de aquella feria de antigüedades. Ella seca una gota de nostalgia que le abrasa la mejilla. Y mira el cuadro que pende sobre la cabecera. Aquella pintura les costó tanto... Pero, ¡cuánto la querían! Y sin embargo, fue una experiencia más, sólo una más de las maravillas de aquella aventura que suponía amarse cada día. Como los viajes a París y Nueva York, como los fines de semana fantasmas, como la guitarra firmada por sus artistas más admirados: Neil Diamond, Bob Dylan, Paul Simon... Allí está, apoyada en el galán, bajo el espejo que calla tantos besos, tantas caricias, tantas palabras, tantos silencios. Sus cuerdas, sin duda, no emitirían más que tristes sonidos.

“Ya no me cantabas canciones de amor”, dice ella.

Él entra en el dormitorio, pero no responde. Y entonces ella le mira, pero tampoco dice nada. Baja los ojos y pasa a su lado, camino del vestíbulo. Él no puede resistirse a la atracción de la cama. Se admira del cambio producido en su propia actitud. En los últimos tiempos, cuando se retiraba de ella, no hacía más que besarla en la mejilla, volverse sobre su almohada y apagar la luz. No está seguro de a quién dolía más aquello. Desde luego, actualmente le atormenta ese recuerdo, especialmente al compararlo con aquellas jornadas de pasión y fantasía, entre el silencio de lo prohibido y la expresión de lo inenarrable. Entonces nunca apagaban la luz. De hecho, ni siquiera les hacía falta encenderla.

Cruza toda la casa, desandando toda una vida, resquebrajando lo que parecía indisoluble, y llega hasta la entrada. La claridad que se cuela por entre las baldas de la persiana de la cocina corta en diversas líneas el rostro de ella. Por primera vez en mucho tiempo sus miradas conectan, y se hablan, y se consuelan. Pero después se desvían, porque comprenden que ya sólo pueden hacerse daño.

“¿Pensaste que podría aprender a decirte adiós?”, le pregunta él acercándose.

Ella cierra los ojos y trata de detener la rotación de la Tierra, la expansión del Universo, y volver a cuando él no podía esperar para amarla, cuando odiaba tener que dejarla. Él se acerca y levanta suavemente su barbilla hasta que ella vuelve a mirarle a los ojos. Y los ojos se quiebran, se interrogan, se suplican. Pero los dos conocen ya todas las respuestas, todas las alternativas.

“Ya no me decías que me necesitabas”, explica ella.

Se vuelve entonces hacia la puerta de la calle y la abre. Está a punto de cruzarla, pero se detiene en el umbral. Y se gira. Y acorta los dos pasos que le separan de él para darle un último beso, que él siente como la suave brisa de cualquiera de aquellos paseos por la playa al atardecer.

Y Ella se va. Y los dos piensan. Porque aquÉl es ya el punto de no retorno, el final del cuento. Y ninguno quiere que suceda. Pero ambos son conscientes de la realidad.

“Ya no me regalabas flores”, dice ella, sin poder contener las lágrimas, antes de cerrar la puerta a su espalda.

martes, 16 de junio de 2009

Relato: Un dedo, nada más

Era un dedo, nada más. ¿De cara o de perfil? ¿Qué más daba? Era un dedo, nada más. ¿Realmente podía ser tan malo? Sabía que sí, era consciente de que podía ser terrible de verdad. Y aun así, aquel dedo parecía tenerle hipnotizado. Le seducía como pocas mujeres habían logrado hacerlo a lo largo de su vida. Claro que pocas mujeres tenían ese color, ese olor, esa textura. Pocas mujeres le habían hecho sentir tan bien como podía conseguirlo aquel dedo.

Tan sólo un dedo de bourbon.

¿Realmente podía ser tan malo?

Tomó el pequeño vaso, de grueso fondo y cristal labrado, y lo levantó muy despacio hasta colocarlo a la altura de sus ojos. Aquel movimiento tan cuidadoso escondía algo de temor, como si tan sólo una gota de aquel elixir pudiese hacer saltar por los aires la sala, pero también dejaba entrever un impulso de contenido deseo, de enfermiza curiosidad ante las propiedades que pudiese deparar.

Sabía bien de lo que era capaz el bourbon. Demasiado bien. Por eso logró imponerse y se obligó a salir de aquel amago de hechizo. La imagen de sus hijas asustadas mientras presenciaban las broncas con su esposa, o cuando ésta le llevó a trompicones por toda la casa para echarlo a la calle, tras presentarse al alba, casi inconsciente, alardeando de haberse bebido lo que les quedaba para vivir aquel mes… Aquéllas estampas patéticas de su vida pasada atravesaron de lado a lado su mente como una afilada cuchilla, librándolo de inmediato de la atracción de aquel vaso de bourbon.

Pero, sólo un dedo…

Los que le rodeaban nada sabían de sus días pasados. Ciudad nueva, trabajo nuevo, la misma familia. No fue fácil, pero logró recuperarla al completo. Prometió mucho y lo cumplió casi todo. No fue cosa de unos días, más bien de varios años. De mucho tiempo luchando como nunca había imaginado que tendría que hacerlo, de sentir asco de todo y de todos, y verdadera repulsión de sí mismo; tiempo para aprender de nuevo a vivir sin la necesidad de empezar cada día con un trago tan revitalizante como letal, a partir del cual iba engarzando uno tras otro hasta que apuraba el que le hacía caer redondo.

Se asombró al pensar cuánto habían cambiado las cosas, cómo se respetaba ahora a sí mismo y cómo veía reflejada esa situación en el cariño y comprensión que recibía de los que le rodeaban. Ahora sólo necesitaba eso para vivir, el amor de su familia, la presencia de sus amigos, un cigarrillo de vez en cuando, algo de sexo inofensivo y agradable algún fin de semana, tal vez un viaje interesante… Era bonito vivir así.

Y allí tenía delante ese dedo de bourbon, que tal vez estaba llamándole con su seducción infalible. No podía saberlo, no quería más bien, porque había aprendido a no escuchar su voz. No tenía mucho misterio, sólo había que desarmarlo del supuesto encanto que tenía. Tampoco le atraían ya su almibarado color cobrizo, ni su lacónico movimiento a girar el vaso suavemente de un lado a otro, ni el olor apacible y evocador que parecía escapar de entre aquellas olas diminutas de agua de Tennessee. ¿Cómo era posible que ninguno de los presentes lo estuviese bebiendo? Aquellos abogados eran gente algo vulgar. El propio bufete era bastante simplón, con casi todos los trabajadores apilados en aquella sala. Al menos él tenía su pequeño despacho.

Apenas eran las nueve de la noche, pero aquello era una fiesta al fin y al cabo, ¿no? Sin embargo todos andaban de acá para allá con botellines de cerveza y copas de vino, tragos tan aburridos y vulgares como un buche de agua. Él, sin embargo, había optado por el zumo, de piña o albaricoque, sabores con algo de personalidad, con prestancia. ¿No se trataba de eso, al fin y al cabo?

Era sólo un dedo de bourbon, tan insignificante aparentemente que nadie parecía reparar en él. Hacía un rato que nadie le hablaba, desde que estrechó la mano del compañero que se jubilaba y se excusó antes de ir al baño. Al salir fue hacia su despacho, desde donde veía todo el movimiento de la velada. Se sentó en su mesa y rebuscó en sus cajones. Quería una carpeta en la que guardaba algunos viejos chistes con los que aquel compañero y él habían bromeado unas semanas atrás. La carpeta no estaba. ¿Guardó de verdad aquellos chistes? Sus dedos se toparon entonces con algo agradable al tacto, parecía cuero. Aferró el objeto y lo extrajo del cajón muy despacio. Conforme fue quedando al descubierto comprobó que se trataba de una petaca –su vieja petaca- coronada por el vaso de chupitos que le habían regalado en el “Lost Weekend”, un local al que fue asiduo durante algún tiempo.

Había mirado la petaca con una extraña sensación de desasosiego, como si fuese un niño pequeño y, aquel objeto, un ruido que salía de su armario en plena noche. ¿Quién la había puesto ahí? ¿Quizás él mismo? ¡Desde luego que había sido él! ¿Quién si no? Pero, ¿cuándo?
Claro, era el regalo. Iba a regalársela al compañero que se marchaba. Debió haberla guardado ahí días atrás, semanas tal vez, cuando se le ocurrió la idea. Había sido una época tan ajetreada en el bufete que sin duda se le fue de la cabeza. Se la daría al instante, claro, pero antes quiso comprobar que estaba bien… Sí… no estaba rota… ni manchada… ¡Estupendo! y estaría vacía, claro; debía comprobarlo.

Tomó el vaso y lo colocó sobre la mesa. Era bonito, muy bonito, y elegante, con una figura labrada en el contorno y una base firme, como deben de ser ese tipo de vasos. Allí, en medio del escritorio cubierto de documentos, parecía ser algo especial. Desenroscó entonces el tapón y, con mucho cuidado, inclinó al petaca. Sintió que su corazón se aceleraba. Comenzaba a sentir calor. Contuvo la respiración.

Y el líquido empezó a caer.

Se el antojó a cámara lenta, o tal vez era cosa suya, que lo vertía con la precisión adecuada para perpetuar el momento. Vio caer la última gota y respiró profundamente.
Pues sí que quedaba algo en la petaca. Poca cosa.

Un dedo, nada más.

Una compañera se le acercó para preguntarle si quería bailar. ¿Bailar él? No, muchas gracias, era un patoso. La secretaria del jefe le ofreció poco después un sándwich. Era guapa aquella chica. Rehusó su ofrecimiento y la vio alejarse. Sí, desde luego tenía buen tipo.
Bajó la mirada y observó el bourbon en el vaso, y después volvió a buscar a la secretaria entre la gente. Tenía bonitas piernas, altas y bien torneadas. ¿Era obligatorio que todas las secretarias llevasen falda? Su busto resultaba de lo más erótico, aunque lo mejor, sin duda, su sonrisa.

¡Era una chica tan agradable! Le daban ganas a uno de… Sacudió la cabeza y pensó en su esposa. Por unos breves segundos recordó la última vez que hicieron el amor y se dijo a sí mismo que era un hombre afortunado. ¿Para qué pensar tonterías? Había muchos peligros en el mundo, muchas formas de arruinase la existencia. Si había algo ruin en la vida era serle infiel a la esposa. Cualquier cosa antes que eso. Conocía muchas familias destrozadas por un rato de torpe lujuria. Él, nunca. Era un buen hombre.

Suspiró y se sintió orgulloso de ello.

Se volvió entonces con decisión y volvió a coger el vaso, esta vez sin tanta ceremonia. Miró el líquido y sonrió. Un dedo de bourbon. ¡Dios, tan sólo un dedo! Y hay tantas cosas horribles en este mundo… Abrió la boca tanto como pudo y vació el contenido del cristal en ella.

En cuanto el brebaje tocó su garganta, cerró los ojos y se dejó caer con las dos manos sobre la mesa. El licor recorrió todo el camino hasta el estómago como una serpiente arrastrándose rauda al acecho de su presa, y al llegar, sintió cómo se enroscaba en su interior.

Tuvo el repentino impulso de llorar, se le antojo una lucha interna. Pensó en su mujer y en sus hijas, en el compañero que se jubilaba, y no pudo reprimir unas lágrimas iracundas.
Hay tantas cosas horribles en este mundo…

Golpeó la mesa con el puño cerrado tan fuerte como pudo y se despidió de los presentes antes de marcharse. Necesitaba echar un trago. El chupito le había calentado la lengua. Buscaría un bar, pediría otro bourbon y estaría de vuelta enseguida para tapar su sabor con un zumo de piña.

Sólo un trago y se acabó.

Un dedo, nada más.

viernes, 12 de junio de 2009

Relato: La ducha

Voy a estar unos días "fuera de circulación", y para que esto no se quede muy parado, he decidido desempolvar algunos viejos relatos y programar su sucesiva publicación. Espero no tardar demasiado en volver a la rutina, siempre tan desdeñada como precisa y añorada. Mientras tanto, espero que estos cuentos no os aburran demasiado.

¿Alguna vez habéis estado acostados y ha comenzado a gotear algún grifo, a hacer ruido una persiana u os habéis percatado de una luz que olvidasteis encendida? El impulso inmediato es levantarse para solucionar el problema pero, ¿es ésa siempre una decisión sensata?



La ducha

Una gota. Otra gota. Otra más. Ana estiró la sábana cuanto pudo para que le cubriese más allá de la oreja. ¿Qué hora sería? Se quedó dormida nada más acostarse, pero algo la había despertado. Germán aún no había llegado. Otra gota. Aquella ducha la volvería loca cualquier día. ¿Por qué insistía en gotear precisamente las noches que su marido tardaba en volver de su turno? Cada gota de agua estampándose contra el fondo de la bañera resonaba en su cabeza como si alguien estuviese tirando la pared con un gran martillo. Podría levantarse a cerrar el grifo. Sería lo lógico. Pero tenía tanto miedo.

Siempre le había pasado, desde niña, y ya entonces su padre le decía que aquellas películas de terror le iban a comer la cabeza. Germán también se reía de ella por esa razón. “¿Para qué las ves si después no te aguantas del miedo?” Pero no podía evitarlo, le encantaban. Y cada vez que la maldita ducha empezaba a gotear, ella veía la escena con claridad: la joven medio desnuda que acude a apretar el grifo, ignorando que un psicópata desfigurado con un mohoso cuchillo de carnicero aguarda cerca... Bien, pues que se metiesen con ella todo lo que quisieran, porque no pensaba levantarse.

Otra gota.

Otra más.

Llegaba un momento en el que su ansiedad le hacía imaginar que el psicópata salía de su escondrijo, y se encaminaba por el pasillo, despacio, muy despacio, hacia el dormitorio. ¿Qué había sido eso? ¿Había escuchado un ruido, una puerta tal vez? Otra gota más, y veía en su mente una figura grande, algo encorvada, que arrastraba una de sus piernas mientras avanzaba. Pasaba junto a la puerta del baño y... ¿Ya no goteaba la ducha? De pronto había parado. Estaba tan inmersa en sus temores que no había sido consciente de... No, otra vez. Fue sólo una ilusión. Dejó de gotear por un rato, el tiempo justo de... de que aquel ser deforme de su imaginación pasase junto al baño.

De espaldas a la puerta, Ana tiró aún más de la sábana, como si de ese modo estableciese una barrera infranqueable para esa creación de su mente. Y sin embargo, ¿no escuchaba algo? ¿Algo más allá de las gotas en la ducha y del tictac del reloj del salón, algo más allá del silencio imperturbable de la noche? Un escalofrío recorrió su espalda. Odiaba aquella sensación, tan habitual sin embargo en ella. Era igual que bañarse en una playa donde no tocara el fondo. Era el miedo a lo que se escondía en las sombras, más allá del vacío. ¿Habría entrado ya en el dormitorio? Tal vez la estaba observando... ¡Bueno, basta ya! Ana dio un manotazo en la cama para reforzar su repentino brote de valor. O se ponía seria o no sería capaz de dormir en toda la noche. “¡Vamos a por esa ducha!” Exclamó finalmente al tiempo que se incorporaba en la cama.

Primero fue el olor a putrefacción, e instantes después el cálido aliento recaló en su nuca. Se giró instintivamente para buscar su origen y se topó con un amasijo de carne, pellejo y grapas metálicas, que quizá alguna vez fue un rostro. Apenas tuvo tiempo de horrorizarse antes de que un machete mugriento y oxidado le atravesase el estómago. Con un rugido casi animal, la figura entre sombras extrajo el arma del cuerpo de Ana con la facilidad con la que hubiese destripado una muñeca de trapo. En su último aliento, la chica llegó a ver unos grandes y risueños ojos amarillos. ¿Estaba sonriendo? El machete surcó la oscuridad antes de separar la cabeza de Ana de su cuerpo con un contundente tajo.

El silencio se apoderó de la noche. Sólo sobrevivía la respiración carcomida del verdugo y los leves roces de la carne agonizante. Poco después, la silueta se desplazaba a contraluz por el pasillo con pasos tan pesados como puñetazos de borracho. Entre sus dedos recios y ásperos sujetaba los cabellos de Ana, un juguete roto; esa muñeca desencajada.

En el suelo, tras él, quedaban los sueños convertidos en oscuros regueros viscosos. Llegó al baño e izó la cabeza hasta unir con torpes nudos los mechones grumosos en torno a la barra de la cortina de ducha.

Allí colgaba ya la cabeza de Germán, un amasijo oscuro y soez.

Del cuello cercenado de Ana cayó una gota.

Otra gota.

Otra más.

jueves, 11 de junio de 2009

30 años sin John Duke Wayne

El 11 de junio de 1979, esto es, tal día como hoy de hace 30 años, fallecía Marion Michael Morrison, más conocido como John Wayne. Desde que caí en la celebración de la fecha tenía en mente rendirle tributo de algún modo en este blog, pero se cruzaron en mi camino los chicos de la revista Esquire, y he terminado escribiendo para ellos un artículo sobre Duke, sobre su vida y las singulares circunstancias de su muerte.

Así que, ¿para qué repetirme? Aquí os dejo el artículo sobre el fue, es y será siempre mi actor favorito. Y no porque sea mejor que otros., sino sencillamente porque mis recuerdos y mi nostalgia juegan a su favor, y eso es algo tan poderoso que no hay Al Pacino que se lo salte.

El titular del reportaje, publicado en el número de junio de la revista con Christian Bale en portada, lleva por título John Wayne, un héroe americano (pincha sobre la imagen para poder leerlo... si es que quieres).

Quede aquí también mi sentido tributo al Duke, uno de esos actores mágicos que nos siguen haciendo disfrutar con decenas de historias, que hicieron grande el cine cuando éste era, ante todo, el mayor espectáculo del mundo. Wayne murió pero le seguimos recordando. Hagámoslo hoy más que nunca con la despedida más hermosa de cuantas se han rodado en la historia del cine, filmada, por supuesto, por John Ford.


martes, 9 de junio de 2009

Mis canciones: Congratulations

Está visto que últimamente no estoy ni tan activo escribiendo ni mis entradas gozan del mismo interés que anteriormente, así que habrá que cambiar de tercio. Hoy se me ocurren cosas sobre las que escribir, pero ni tengo ganas -para qué engañar a nadie- ni me encuentro inspirado. Así que, ante la duda, un poco de música.

No sé si os hablé sobre el equipo de grabación que me compré hace poco, con objeto de poder dejar constancia de mis nuevas composiciones con algo más de calidad -sin exagerar tampoco- técnica y sonora. Pues bien, ésta ha sido una de las primeras pruebas. No es una composición mía, sino de Paul Simon. Se titula Congratulations, y pertenece a su primer disco en solitario. Aunque casi nadie la conoce -hablo del gran público, no de los fieles-, el tema es una maravilla, muy emocionante. Siempre me ha encantado. Habla sobre la dificultad de comunicación que se da muchas veces en la pareja, y la necesidad de tomarse realmente en serio una relación. En fin, que ya que la instrumentación la tenía previamente grabada por un amigo, decidí probar a a meter la voz.

Si os desagrada mucho detened la reproducción y marchaos con premura a otro blog. De ese modo, igual se os olvida la mala experiencia y volvéis pronto por aquí... ¡Saludos a todos!



Enhorabuena

Enhorabuena,
según parece has vuelto a hacerlo
y yo no me he sentido así de desdichado
en toda mi vida.
Oh, y no sé cuándo pasó, no sé cuándo pasó.

Me doy cuenta de que muchas personas
consiguen superarlo ,
pero son muchas más las que acaban haciendo cola
en los juzgados hoy en día.

El amor no es un juego.
El amor no es un juguete.
El amor no es un romance.
El amor lo sentirás muy dentro.
Y el amor te dejará exhausto
y sin palabras.
No te dará respiro, no te dará respiro.

Estoy deseando aprender.
¿Puedes responderme, por favor?
¿Puede
un hombre y una mujer
vivir juntos y en paz?
Oh, vivir juntos y en paz.

viernes, 5 de junio de 2009

Una pavorosa capacidad de humillación

44 balas le metieron en el cuerpo.

¿Cuántos disparos son necesarios para robarle la vida a un hombre? ¿Cuántas descargas precisan el odio y la sinrazón para quedar saciadas? En el caso del cantautor chileno Víctor Jara, fueron 44 los proyectiles recibidos. Una humillación sin fin del ser humano, hablo de los propios verdugos, en su búsqueda del dolor más allá de la muerte de aquel enemigo al que querían hacer sufrir de la peor manera y por encima de cualquier consideración. El horror. El terror.

Ocurría el 15 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, centro deportivo transmutado en sala de matarifes. El cantante y director teatral, autor de letras como El derecho de vivir en paz o Te recuerdo Amanda, se había convertido en un enemigo encarnizado de la derecha más reaccionaria -¿acaso no lo es siempre?-, y había hecho gala mejor que nadie de aquella leyenda que Woody Guthrie pegó en su guitarra: Esta máquina mata fascistas. El presidente electo, Salvador Allende, encontró en Jara a uno de sus principales colaboradores (porque cuando la sociedad necesita un cambio, los artistas también deben implicarse), y por eso, cuando Pinochet y los suyos se hicieron con el poder, pusieron sus nombres en lo alto de la lista.

A Allende lo suicidaron. A Víctor lo hicieron pasar por horas de inenarrable tortura, arrancándole la lengua, triturándole los dedos con las culatas de los fusiles; en definitiva, las armas que empleaba para luchar contra el fascismo. Pero ya dijo alguien años antes que por la imposición de la violencia se vence, pero no se convence. Y así, treinta y seis años después, Víctor Jara es continuamente recordado y homenajeado, mientras el nombre de los verdugos es ocultado con temor y vergüenza.

Pero el caso ha dado un giro radical en los últimos días. La Justicia chilena está procesando a varios militares implicados en el salvaje asesinato. Al mismo tiempo, con objeto de arrojar mayor luz sobre el caso y poder llevar a cabo una investigación detallada, ayer se llevó a cabo la exhumación del cadáver del artista.

Sí, no cabe duda, estoy seguro, que los mismos que aplaudieron su muerte, hoy menearán la cabeza al leer la noticia en la prensa; suspirarán, y dirán: "¿Por qué no dejarán descansar al pobre en paz? ¿Qué se gana con remover el pasado? ¿Por qué no dejarán ya tranquilos a los muertos?" Uy, creo que no me ha salido el acento chileno. Tal vez sea porque pensaba que eran españolitos los que hablaban. Porque, después de todo, allí en Chile, como en España, creo que también debe haber mucho cínico y mucho hijo de... sus padres, que descansan tranquilos cada noche, con sus muertos bien en terrados y en paz, importándoles muy poco qué fue de aquellos miles de muertos y desaparecidos y de sus familias.

El olvido nunca es bueno, jamás. Es fundamental recordar, saber, conocer. Y entonces, con la verdad en la mano, se juzga, se perdona, se asimila... Pero no se puede enterrar el pasado. Porque el día menos pensado se nos sientan a la mesa los fantasmas del terror exigiendo su plato de venganza.

Estepona, corazón de Tennessee

Grandes noticias para los aficionados a la buena música, especialmente aquélla con acento suñero, y no precisamente del Guadalquivir, sino más bien del Mississippi. Acaba de anunciarse la celebración del I Encuentro Americana Costa del Sol. ¿Qué es eso del Americana? Pues es un género musical horneado en los años noventa que vendría a ser el country de la nueva generación más innovadora. Una combinación de rock, country y folk que poco tiene que ver con los artistas country tradicionales de traje con chorreras y lentejuelas

Según los propios organizadores, "el encuentro nace con el objeto de convertirse en uno de los referentes internacionales dentro de este amplio y versátil estilo musical. Este festival se celebrará en Estepona entre los días 10 y 15 de agosto, durante los que se combinaran los mejores grupos, bandas y artistas internacionales, y por supuesto locales, performances, y actividades de ámbito cultural, en definitiva un espectáculo integral que supondrá una fiesta de música y convivencia".

El cartel no está nada mal para tratarse de un primer año y del modesto punto de partido. Hay mucho nombre nacional, entre ellos algunos grandes del country y el rock patrio: los históricos Cañones y Mantequilla, Los rebeldes, Los Silverstones, Martin & García... Y entre los internacionales más conocidos Pete Anderson y Danni Leigh.

Podéis estar al día sobre las novedades de este encuentro en el blog habilitado para la ocasión.

jueves, 4 de junio de 2009

Soy feliz, porque he vuelto a llorar

¡Por fin lo he encontrado! Llevo años bicheando por webs de cine, de vídeos sueltos, en emule... Y nada, no había manera. En cualquier caso, tampoco sabía muy bien cómo definir el objeto de mi búsqueda, por lo que no era cosa fácil. Fue un montaje especial, en una ceremonia de los Oscars a finales de los años noventa. Lo grabé en vhs a partir de la señal pirateada de Canal Plus que teníamos en casa. La señal era mala, en blanco y negro además. Pero nada de eso impidió que viera una y otra vez este vídeo durante años. El resto de la ceremonia -la de 1998, cuando los premios celebraban sus 70 años- me trajo sin cuidado.

¿De qué trataba el vídeo? Pues eran alrededor de cuatro minutos sobre los grandes momentos de la historia de los Oscars, momentos en los que, como no podía ser menos, había sonrisas y lágrimas. La carrera de Sinatra para recoger su premio, la chica india rechazando el de Marlon Brando, las pletóricas sonrisas de Burt Lancaster y Kirk Douglas, el ¡Merci beaucoup! de François Truffaut, el nudista corriendo por detrás de David Niven, el discurso de Richard Pryor, el tartamudeo de Jonathan Demme... Un repaso a los trajes de las estrellas, a los rostros a la espera de llevarse o no el premio, a las primeras ceremonias... El vídeo tiene cuatro segmentos, dos con fondo musical animado y dos con temas más melancólicos -incluido, of course, ese infalible Canon de Pachelbel-, y con cada segmento, la emoción va aumentando.

Os recomiendo que lo veáis entero, pero si vuestra vida es demasiado atareada, y a pesar de todo guardáis algo de amor cinéfilo en vuestro corazón, no dejéis de ver la última parte (comienza hacia el punto 3:40). Canta Elton John -no todo iba a ser perfecto-, y la primera imagen es un anciano Kirk Douglas recogiendo el Oscar honorífico (como todos los que vendrán luego) y anunciando orgulloso: "Puedo ver a mis cuatro hijos. Ellos han nacido de este viejo". Suma y sigue: Henry Fonda, con ese andar majestuoso y honrado como si llevase la nación sobre sus hombros, y Laurence Olivier, y un John Wayne a pocos meses de la muerte, aguantando el calor del traje de neopreno bajo el esmoquin, porque el cáncer lo había devorado hasta los huesos; y Cary Grant llorando, y Christopher Reeve en su silla, y Charles Chaplin ¡por fin! reconocido... Cierra James Stewart, con su voz inconfundible: "Me habéis dado una vida maravillosa. Dios os vendiga".

Puede que el montaje os resulte una chorrada, puede que os robe una sonrisa, tal vez una lágrima. Yo, ahora que por fin lo he localizado, lo guardaré como oro en paño. Lo he vuelto a ver esta mañana y me ha emocionado de nuevo, como suponía; como esperaba. ¡Cómo hubiese llorado si el vídeo no me hubiese hecho llorar como entonces! Porque he cambiado mucho en los últimos diez años, lo sé, pero esperaba no haber llegado a tanto.

Por suerte, sí que me he emocionado tanto como entonces, tanto como, estoy seguro, las siguientes veces que lo vea. Porque toda esa gente, esos actores, actrices, directores, no son mi familia, no son mis amigos, no los conozco en persona ni probablemente me caerían bien muchos de ellos. Pero todos, o la mayoría, forman parte ineludible de mi memoria sentimental, de mi nostalgia más íntima, y por eso a todos ellos les guardo un cariño muy especial.

Todos ellos, a través de sus películas, me han hecho pasar infinidad de buenos ratos, y estoy seguro de que me deparan muchos más. He aprendido con ellos, he reído con ellos, he llorado con ellos, he viajado con ellos. Con ellos, con la gente del cine, sea como sea su lado oscuro, la vida es siempre un poco más agradable. Y eso es algo grande.

God bless you

PD: Mr. X, no sé si llegaste a ver este vídeo en su día. En cualquier caso, va dedicado especialmente a ti.

martes, 2 de junio de 2009

Presentación de 'Crónicas del Ángel Perdido'

Vaya por Dios, con la seriedad con la que me había planteado retomar un buen ritmo de publicación en el blog, y con el susto de la pasada semana se fastidió la cosa.

Hoy escribo para anunciar la presentación este jueves, a las ocho de la tarde, del libro Crónicas del Ángel Perdido. Las ruinas del Liencarel. No es habitual ver en este blog títulos de estas características, pero lo que más me interesa del caso no es tanto la obra como su autora, una joven sevillana de nombre Laura Grau.

El jueves estaré en La Casa del Libro de Sevilla para acompañar a Laura en la presentación de su primera novela, y será un placer echar luego un rato juntos con los que os animéis a pasar por allí.

Sin ser el tipo de lecturas que sabéis que me gusta, me ha sorprendido la madurez del texto, amén de su corrección, a tenor además de la juventud de la autora. por eso será un placer respaldarla en su primera "puesta de largo" literaria. Sé de gente -Ali, Violeta...- a la que creo que la novela les encantará, aunque es sólo una suposición... Aquí os dejo la sinopsis y os invito también a pasaros por su blog.

Cuando Althea descubrió el gran secreto, no se imaginaba que su mundo cambiaría por completo. Si antes sólo era la pupila de un mago, ahora es la heredera de los ángeles. Destinada a ser la reina de un clan del que apenas conocía su existencia, deberá enfrentarse a sus nuevos poderes mientras intenta sobrevivir en una guerra de la que no formaba parte. Una tierra habitada por ángeles. Unos ángeles sin alas... Ni bondad.