viernes, 27 de marzo de 2009

"George y Martha: Triste, triste, triste."

Me dejaré de rodeos y de introducciones. Hoy quiero compartir con vosotros otra de mis películas favoritas, una de esas obras que reviso cada cierto tiempo, cuyo texto teatral he leído dos veces, cuya versión cinematográfica he visto medio centenar, y que sobre las tablas sólo he podido disfrutar en una ocasión, con una Nuria Espert tan desmedida como de costumbre y un Adolfo Marsillach tan entrañable como era habitual en él.

Hablo de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, la obra maestra escrita por Edward Albee en 1961.

Se trata de una dura, muy dura aproximación al mundo del matrimonio. La historia se articula a partir de dos parejas, una joven e ilusionada y otra mayor y desencantada. Pero conforme los brillantes diálogos se van sucediendo y la trama va avanzando, observamos que esos jóvenes felices llevan consigo tristes secretos asumidos que fácilmente algún día acabarán por convertirlos en esos viejos amargados; éstos, por su parte, terminan por revelar que todo ese odio, todos esos insultos que se disparan, no son más que parte de un juego, un dramático juego que les permite mantener viva la chispa de su relación.

Pero es absurdo intentar explicar en pocas líneas esta obra. Tantas veces la he visto, tantas he descubierto nuevos matices, nuevas lecturas. Es un grave error quedarse en la anécdota de las discusiones o del abuso del alcohol. El magnífico texto teatral, adaptado casi palabra por palabra a la gran pantalla, está plagado de pequeños mensajes, ricas lecturas e interesantes -y dolorosas- reflexiones que no hay que perderse.

La versión para el cine se rodó en 1966, en glorioso blanco y negro, y la dirigió un primerizo Mike Nichols, justo un año antes de afrontar su obra más recordada: El graduado. Y si algo ha ayudado a que esta historia haya sobrevivido tantos años -además de la tremenda y constante actualidad del tema que aborda-, es la química mágica entre sus protagonistas principales, Elizabeth Taylor y Richard Burton. Francamente, creo que ninguno estuvo nunca mejor en ningún otro papel. Magníficos, homéricos, memorables. Hasta la banda sonora, a cargo de Alex North, resulta inolvidable. Aquí os dejo una pequeña selección de sus diálogos, "contundentes como un tren de mercancías a toda velocidad". Y terminaré con un vídeo de los minutos iniciales de la película; una presentación magistral.

Una película a la medida de una noche de sábado, en segunda sesión a ser posible, cuando el incipiente sueño comienza a combinarse con los efectos de nuestra primera copa o, en su defecto, con las burbujas del refresco...

GEORGE: ¿Qué queréis de beber?
NICK: Yo un bourbon.
HONEY: Yo creo que quiero un poquitín de coñac. Es mejor no mezclar.
GEORGE: Desde luego. ¿Alcohol de quemar para ti, Martha?
MARTHA: ¡Claro, es mejor no mezclar!
................

MARTHA: George está enfadado porque nunca será el departamento de Exactas. Está en el departamento de Exactas, pero nunca lo dirigirá. ¿verdad, cariño?
GEORGE: Muérete.
MARTHA: ¿Lo veis?
................

GEORGE: Buenas, buenísimas, las mejores. ¡Ja, ja! Chico, ¿te gusta esa declinación?

MARTHA: ¿Cómo se llamaba aquella película?
GEORGE: ¿Qué película?
MARTHA: ¡Aquélla! Era una película de Bette Davis que hizo para la Warner Bros.
GEORGE: No puedo recordar todas las películas de la Warner Bors, Martha.
MARTHA: ¡No te pido que recuerdes toooodas las películas! Sólo esa. En esta película Bette Davis estaba casada con aquel actor.
GEORGE: ¿Qué actor, Martha? ¿Qué película?
MARTHA: ¡Joseph Cotten! Ella esta casada con Joseph Cotten. Y un día entra en su casa, suelta las bolsas, mira alrededor y dice: ¡Menuda pocilga!
................

GEORGE: ¿A qué vamos a jugar ahora?
HONEY: No me gustan estos juegos. No quiero jugar.
GEORGE: ¡Oh, claro que sí, caderas estrechas! Un juego más. Sólo uno más.
NICK: ¡No!
GEORGE: ¡Sí!
MARTHA: ¡Basta!
GEORGE: ¡Callate! Hemos jugado a joder al anfitrión, y lo hemos pasado muy bien, ¿verdad?
HONEY: Noooo
GEORGE: Sí, claro que lo hemos pasado bien. Y ahora... ¡Ahora vamos a jugar a joder a los invitados! Vamos a ver, ¿cómo se juega a joder a los invitados...?

GEORGE: Martha, en mi mente te veo enterrada en cemento hasta el cuello. No, hasta la nariz, así estaré más tranquilo.
................

HONEY: Bailan como si ya lo hubieran hecho antes.
GEORGE: Es un baile familiar, ambos lo conocen.
................

NICK: Para ti todo el mundo es un fracasado. Tu marido es un fracasado, yo soy un fracasado...
MARTHA: ¡Todos sois unos fracasados! Yo soy la Madre Tierra y vosotros sois unos fracasados.
................

NICK: Estoy cansado. He estado bebiendo desde las nueve, mi esposa está vomitando y no hacemos más que gritarnos unos a otros.
................

NICK: Creo que nos marcharemos en breve.
GEORGE: ¡Oh no, no podéis marcharos! Martha se está cambiando, y no se está cambiando para mí, Martha no se ha cambiado para mí hace muchos años. Si Martha se está cambiando significa que estaremos aquí varios días. Es todo un honor, y no debes olvidar que Martha es la hija de nuestro amado jefe. Ella es su... brazo derecho. Iba a utilizar otra palabra, pero dejaremos a Martha ese tipo de lenguaje.

MARTHA: Sólo hay un hombre en toda mi vida que me ha hecho feliz. ¿Sabes quién? George, mi marido. George, que está ahí, en algún lugar en la oscuridad, que es bueno conmigo y a quien yo maltrato, que es capaz de aprender todos juegos al mismo ritmo que yo los voy inventando. Él, que quiere hacerme feliz, ¡pero yo no quiero ser feliz! No, no quiero ser feliz. George y Martha: Triste, triste, triste.
................

GEORGE:¿Quién teme a Virginia Woolf...
MARTHA: Yo le temo
GEORGE: ...Virginia Woolf...?
MARTHA: ¡Yo le temo, George!

miércoles, 25 de marzo de 2009

Relato: Mujeres del cuadro

Ayer hice una cosa que no siempre es recomendable: volver al pasado. Buscando un documento en el ordenador me topé con una carpeta que hacía una eternidad que no visitaba, una carpeta en la que guardo una veintena de relatos escritos hace alrededor de una década. Diría que la mayoría datan de entre 1995 y 2000. Es gracioso releer los viejos trabajos. Las influencias —y que nadie diga que no las tiene—, se ven más claras que nunca. También se advierte la ingenuidad, la ilusión, y a veces, la desbordada pretensión.

Fue como encontrarse con un viejo álbum de fotos mientras buscas algo en el altillo. Me vi abocado sin remedio a abandonar lo que estaba haciendo -trabajando en la novela- para ponerme a releer algunos de los textos. Y si algo me quedó claro es que nunca tuve la intención de dedicarme al humor... La mayoría de los relatos eran terriblemente bucólicos, nostálgicos, muy otoñales. Lacónico, así definió mi estilo una profesora de literatura que tuve en el último curso de instituto. Creo que en ese sentido no he cambiado demasiado.

Me hizo feliz comprobar que todos estaban escritos con bastante corrección. Un exceso de lirismo a veces, adjetivos metidos con calzador en otras, o frases algo tendenciosas para subrayar la situación por si al lector no le quedaba clara la cosa. Pero, ¡qué diantres! Estaba echando a andar, ¿no? No me avergüenzo -demasiado- de la mayoría de esos escritos, así que he decidido rescatar uno de ellos para colgarlo en el blog.

Creo que no es lo mejor que escribí en aquella época pero sí se trata del relato del que guardo mejor recuerdo. Conseguí el sentimiento que andaba buscando con el estilo que quería para contar la historia que me gustaba. Y eso es mucho. Como decía antes, al leerlo, sólo por mi forma de escribir, sé sin lugar a dudas que en aquellos días andaba sumergido en la trilogía literaria de José Luis Garci —Morir de cine, Beber de cine y Latir de cine—, del mismo modo que algunas frases —La más limpia de mis camisas sucias—, remiten a mi descubrimiento de las canciones de Kris Kristofferson.

En fin, para bien o para mal, así era yo y así escribía. Espero no decepcionar a demasiados asiduos de este rincón.

Mujeres del cuadro

Un martes más, amanece. Bostezo y me desperezo sin mucho énfasis. Los brazos extendidos cubren toda la cama de matrimonio. Una cama solitaria, incómoda, evocadora de pesadillas nacidas de noches de inabarcable placer. Bueno, dejémoslo en noches placenteras.

Me levanto rápido. Menos piensas, menos sufres. Me había propuesto no perder más tiempo atormentándome con pensamientos inútiles. No voy a regalarles oportunidades a los demonios de la noche que aún acechen apostados tras las cortinas. Abro la ventana y subo la persiana, aunque ni eso ni los ambientadores de mezcla insufrible logran eliminar el terrible hedor a soledad de la habitación.

Me llevo las manos hacia el rostro en dos ocasiones. El agua va colándose poco a poco entre el bello de la barba. Mirándola en el espejo, recuerdo otros tiempos en los que la lucía con más orgullo. Entonces no había indicios de estos mechones color ceniza. Fue ella quien me convenció para que me afeitara al poco de conocernos. Debía ser 1972 o 73. James Taylor cantaba You´ve got a friend, y Serrat, las Nanas de la cebolla. Hablamos por primera vez en una reunión de gente de la facultad, mientras escuchábamos Me & Bobby McGee en voz de la difunta Janis Joplin, algunos clandestinos de Raimon y Paco Ibáñez y el Imagine de Lennon. Todo muy típico, lo reconozco, pero en aquel tiempo te hacía sentir especial. Poco después de nuestro primer encuentro me llevó a ver Pat Garret & Billy The Kid. Le encantaba el lirismo dramático de Sam Peckinpah, tal vez por eso se estaba enamorando de mí. A la salida me sugirió que me deshiciera de mi barba rebelde, como Kristofferson en esa película. Le prometí que desempolvaría la Gillette al día siguiente y a cambio ella se deshizo de la blusa aquella misma noche en el Seat rojo de su hermano. Sigo sin acordarme de comprar gel de baño.

Preparo un café, que no es más que agua teñida por el recuerdo de unos espléndidos desayunos. Ella tenía un especial don para preparar el café. El café, y tantas otras cosas. No se trataba tanto de habilidad como de la precisa elección a la hora de comprar los elementos. Hacía la compra como otros interpretan una pieza de Debussy al piano Ni la publicidad ni las ofertas quebrantaban su lealtad hacia el café Marcilla, y no el recuelo francés que bebo ahora; el suavizante Norit, los rollos de cocina Scottex pero papel higiénico Sarrió, el vodka Smirnoff´s, el jabón de manos Sannex... El lago de los cisnes en medio de cualquier supermercado de barrio. ¿Exagero? No, desde luego. Es sólo que uno no puede hacerse a la idea de lo que era si no la ha visto pasillo arriba y abajo, extendiendo sus manos en movimientos ligeros y certeros. Cuando yo le decía esto me respondía que era una estupidez. Tal vez yo también lo creía entonces. Hoy pienso que daría cualquier cosa por poder asistir de nuevo a ese espectáculo. Pero después de tantos años, la compañía de danza ha dejado para siempre la ciudad. La leche está caducada.

No tengo hambre, así que vuelvo al dormitorio para escoger la más limpia de mis camisas sucias. Hace tiempo que no disfruto de un armario ordenado. Desde que tengo el corazón manga por hombro. Qué ironía, ponerme una corbata de colores alegres, pero es la que mejor me queda. A ella le gustaba que llevara corbata. Guapo, pero no muy arreglado, lo que ella denominaba elegancia informal: unos pantalones de pana, una cómoda camisa de algodón, una corbata de punto y una chaqueta con coderas; todo muy progre, no voy a negarlo. Hoy gasto otros tejidos para casi todas esas prendas, pero en esencia, sigue siendo igual. ¿Habrá cambiado ella? Espero que no. Los vaqueros le sentaban tan bien que aquel verano que estuvimos en Roma se arriesgó a que la excomulgaran al visitar el Vaticano.

Me encantaban sus blusas que simulaban pinturas de Jackson Pollock (que ella misma diseñaba) y sus coloridos calcetines a rayas. Aunque era un verdadero desastre para ordenar la ropa. Sembraba con ella cada habitación, y solía ser yo quien terminaba recolectando esa singular cosecha con una sonrisa de condescendencia. Como en una fábula infantil, podía ir encontrando cada prenda con los ojos cerrados, guiándome tan sólo por el persistente rastro de su perfume, a veces L’eau d’ Issey, a veces Yves Saint Laurent Opium. Lo que me recuerda que hace ya una semana que estrujé inútilmente el bote familiar de colonia de baño, no recuerdo la marca.

No voy a ponerme las botas, que andan tiradas por el dormitorio, al menos una de ellas. Ayer pisé un charco y comprobé que necesitan un relevo. En otra habitación, en la que entro para coger unos zapatos de un pequeño ropero, me acecha la solemne presencia de una vieja máquina de escribir Underwood. Expectante, amenazante, simétricamente ubicada junto a una pila de papel en blanco, un lápiz, un par de Bics, y unas gomillas. Sus teclas no han vuelto a sonar desde hace demasiado tiempo. Junto a la mesa, una papelera de plástico marrón todavía conserva los apócrifos pedazos de alma que plasmé sobre unas hojas condenadas para siempre al ostracismo. La añeja elegancia de la máquina me atrapa. ¿Por qué Dios sigue perdonándole la vida a Bill Gates?

Un minuto. Otro. Otro. Lo único que hace que me detenga y lo deje todo para pensar en ella, en nosotros, pende aún sobre la Underwood como una pantalla mágica que me inspiraba maravillosas ideas: uno de los primeros cuadros que pintó. Me lo regaló poco antes de irnos a vivir juntos. Miraba aquel paisaje de tonos vivos y ardientes y la veía a ella, y ella me susurraba nuevas historias para escribir. Era como la Jennie de la que se enamora Joseph Cotten en aquella película de 1948, irresistible y letal como tantas mujeres plasmadas en lienzos; maravillosa Joan Bennett, ensoñadora Laura Hunt.

Como decía, es lo único que hace que me detenga a recordar tiempos pasados como un estudiantillo desengañado y herido. Sin proponérnoslo, vivimos aquellos años como una especie de pulso. ¿Cuál de los dos sería mejor artista que el otro, más artista que el otro? Es algo absurdo, lo sé. Empezó como un juego, una broma, una forma de animarnos mutuamente... y el más profesional, sin duda, ha resultado ser ella. Yo no soy más que un simple y desdichado mortal.

Aquel día, cuando me abandonó -nada de tardes lluviosas, ocurrió una calurosa mañana de finales de agosto-, yo me sumí en la existencia más patética, mientras ella aprendía a moldear ese torrente de sentimientos para exteriorizarlos en una serie de maravillosas obras que, según me han dicho, aún pasea con éxito de exposición en exposición. La confirmación definitiva de su talento. Algo que todos, especialmente ella, esperaban desde tiempo atrás.

Por mi parte, como ya dije, no he vuelto a sentarme ante la máquina de escribir, ni creo que lo haga. Como tampoco voy a transcribir las divagaciones que ahora comparto con esta grabadora condescendiente, ¿para qué? El arte, cualquier forma de arte, es algo demasiado importante como para seguir practicándolo cuando somos conscientes de que sólo estamos jugando, de que nunca seremos capaces de plasmar a fuego la incandescencia de nuestra alma. Yo lo sé bien. Estoy seguro de todo desde que se quedó sin pilas alcalinas el mando a distancia del Samsung de 20 pulgadas, desde que se acabó el perejil y la sal, desde que bebo J&B en lugar de Johnny Walker, desde que Tony Bennett no ha vuelto a dejar su corazón en San Francisco, desde que Michael Corleone no ha vuelto a matar a su hermano Fredo. Estoy seguro de todo desde que ella se fue.

martes, 24 de marzo de 2009

El Hombre Sensible (gracias, Teo)

Venía camino del trabajo dándole vueltas a posibles entradas para hoy, y la verdad es que no se me ocurre ninguna. Parece que estoy pasando ese bache en el que andaba, y ayer tuve una tarde bastante productiva con la novela. Así y todo, no me veía hoy muy original de cara a escribir sobre nada concreto.

Así que me he puesto a hacer mi repaso habitual a los blogs amigos, y me encuentro con una entrada en el sitio de Teo Palacios, Fantástica literatura, titulada El Hombre Sensible. En realidad, con Teo me ocurre como con cualquier edición inédita de Bukowski, con cualquier nueva película de Woody Allen o cualquier repesca de Bob Dylan; se llame como se llame, me lanzo a disfrutarlo.

Pero es que en esta ocasión, además, resulta que empiezo a leer y sale a relucir una de mis películas favoritas, El hombre tranquilo, de John Ford, protagonizada por un John Wayne homérico y una Maureen O'Hara que nunca estuvo más guapa y nunca se pareció más a Sempi; al menos, en mi memoria sentimental.

El caso es que leo y leo la entrada en cuestión, y llego a:

La cuestión es que, si John Wayne en aquella película era el hombre tranquilo, yo conocí, como digo, al hombre sensible. Claro, no sabía que él era ese hombre, y desde luego no me lo presentaron como tal, no me dijeron: “Teo, te presento al hombre sensible”.

No, lo que me dijeron fue: “Teo, te presento a Javier Márquez”.

En este punto es cuando los ojos se me iluminan como proyectores y la boca se me descuelga con expresión bobalicona.

Me agarro las manos y amordazo al corazón para no caer en el recurso fácil de ponerme a cantar las bondades de Teo como ser humano, su grandeza como amigo o su talento como escritor. En este momento sólo se me ocurre darle las gracias por su cariño y amistad, y animaros a todos a que le echéis un vistazo al texto en cuestión.

Aunque, no os dejéis engañar; ése del que habla no creo que sea yo...

viernes, 20 de marzo de 2009

Estrella errante

"Hay dos clases de gente: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna... Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A veces, echo de menos mi hogar".

jueves, 19 de marzo de 2009

Papá, feliz día

Querido padre
soñamos
soñamos
nosotros soñamos
mientras podemos...

¿Quienes somos para necesitar?
Necesitamos
necesitamos
nosotros necesitamos
mientras esperamos
mientras esperamos...

Neil Diamond. Dear Father, de la banda sonora de Juan Salvador Gaviota
.

Queridos inútiles... decidle a Laura que la quiero

Hace una semana, o casi, que no me dejo caer por aquí. Demasiado tiempo. Ya ni me acuerdo de la última vez que tuve desatendido el blog durante tantos días. Le echaremos al culpa a la crisis, seguro que cuela. Pase lo que pase estos días, échale la culpa a la crisis, que como a todo el mundo le afecta de algún modo, es difícil que te pongan en duda.

No sé si no he escrito por falta de tiempo, de ganas o de algo interesante que decir. Tal vez por las tres cosas, o quizá por ninguna de ellas. Después de todo, ¿qué es esto de escribir en un blog? Puedo pensar que lo que tengo que decir tal vez le interese a mucha gente, lo cual es mucho suponer, o sencillamente dármelas de cándido de la vida y plasmar mis monólogos interiores e inquietudes varias en este balcón de cara a la plaza del pueblo, sin deberos ninguna explicación, como alcalde vuestro que no soy.

Es curioso cómo todo se relativiza según la situación. Lo que hoy es importante mañana carece completamente de interés. Si estoy contento puedo levantarme ansioso por escribir mil cosas en el blog, y si mañana estoy abatido no alcanzaré a imaginar qué ha podido moverme a malgastar mi tiempo y el vuestro con tanta palabrería.

Mi padre me hizo pensar en algo interesante hace un par de semanas. Llevaba algunos días sin hablar con ellos, y cuando finalmente lo hicimos, me dijo que a pesar de todo sabía que estaba más o menos bien, porque había leído las últimas entradas del blog y me veía animado. Vaya, interesante... Así que el blog puede llegar a ser una suerte de termómetro anímico. Pues es verdad.

Así que ayer, lamentando de nuevo, entre otras cosas, el llevar días sin alejado de esto, me planteé que el hecho de no tener el ánimo para bailar rumba no implica que deje de escribir. De hecho, para un melancólico compulsivo como es mi caso, sería una gran contradicción que sólo diseñase entradas cuando estoy radiante de felicidad. Otra cosa, claro, es el miedo a resultar demasiado sincero, el miedo a que las entradas se conviertan en algo más personal, páginas casi de un diario íntimo. Pero, ¡qué puñetas! Arranco las que no me gusten y fuera.

De cualquier modo, sentado ante la pantalla esta mañana, tampoco se me ocurría como meterle mano al asunto. Así que recurrí a lo de siempre, al cine. A ese viejo amigo al que he amado con pasión durante años y al que he sido infiel en demasiadas ocasiones. A ese guía en los viajes más insospechados al que tiendo a volver cada vez que las cosas van demasiado bien o demasiado mal.

Películas para reír y para llorar, para disfrutar del amor y para recuperarlo, para imaginar el futuro que nunca será y revivir el pasado que no pudo ser, para reencontrarse con los viejos amigos y estrechar la mano de los nuevos; películas para descubrir secretos que son mentira y aprender de las mentiras que un día fueron verdad, para pasear por los rincones de ciudades que nunca serán como nos gustaría, para sentirse otra persona, como uno pudo ser o quiso ser o querría llegar a ser, a sabiendas de que es imposible.

“Una cosa es la vida, y otra mucho más peligrosa, el cine”. Pues sí, Valcárcel, don Horacio, tiene usted mucha razón. Y por eso, porque es menos peligroso y en ocasiones mucho más gratificante, yo tengo mi cine de cabecera para según qué momentos. Y esta mañana me animé a mirar en el Youtube si a algún pirado —como yo, pero aún más aburrido, tanto como para dedicarse a cortar y subir archivos— le había dado por seleccionar momentos de la película Solos en la madrugada.

Fue la segunda cinta dirigida por José Luis Garci y está dedicada al mundo de la radio. La sinopsis reza como sigue: Un locutor de radio, del programa nocturno Solos en la madrugada, atraviesa una crisis sentimental que, unida a su obsesión por los problemas de su generación, le hace realizar crónicas satíricas y derrotistas de la sociedad española durante los años de transición democrática española de finales de los años setenta.

¿Que qué tengo que ver yo con ese mundo del que se habla en la película? Pues más bien poco. Casualmente yo nacía el mismo año que ésta llegaba a los cines, en el otoño 1978. Pero me hace mucha gracia el tono derrotista de Sacristán, don Pepe, en esos magníficos monólogos radiofónicos, escritos por un Garci que todavía sabía distinguir entre un estilo literario emocionante y un lirismo teatral acartonado. Y como le dice a sus oyentes: "Queridos inútiles..."

De Garci, las ocho primeras películas son deliciosas —esa Asignatura aprobada, esas Verdes praderas, ese Volver a empezar...-, e incluso se cuelan algunas joyas impagables —esos dos Crack, esa Sesión continua—, pero todas han quedado eclipsadas por los chuscos de los últimos años. Y claro, como aquí en España todo lo que pasa de 1992 ya es como hablar de los Reyes Católicos... Pero eso, como escribió Michael Ende, es otra historia.

El caso es que aquí dejo los monólogos de apertura y de cierre de Solos en la madrugada. Porque me gustan, porque quiero tenerlos en mi blog, y porque con ellos quiero reivindicar el buen cine español con más de treinta años. Que después salen las listas de los clásicos y solo hay películas de Hollywood. “Claro, es que estos americanos...” ¡No, señor! ¡Qué puñeta, los americanos! Ellos defienden, lo suyo, como es lógico. Lo que no es normal es que aquí le preguntes a gente de menos de treinta y cinco y apenas te sepan citar películas españolas anteriores a 1980. Con su permiso, Valcárcel, don Horacio: “Es que nos han confundido mucho con lo de la españolada”.




Y para cerrar esta entrada, en la que no creo decir demasiado que pueda interesarle a nadie, voy a colgar esa canción de la que habla el protagonista en el monólogo final: Tell Laura I love her, de Ray Peterson. O lo que es lo mismo, Dile a Laura que la quiero, "de Raimundo Pérez, si hubiese nacido en el Imperio". Es una historia yanqui cien por cien de los años cincuenta: Tommy quiere regalarle un anillo a Laura y se decide a conseguir el dinero en una carrerea de coches. No puede hablar con la chica, así que le encarga a su madre que le diga que la quiere, y que a lo mejor llega tarde. Y al final, pasa lo que pasa. Bonita de las de echa-pa-cá-ese-pañuelo…

Laura y Tommy estaban enamorados
El quería dárselo todo
Flores, regalos, y más que nada, un anillo de matrimonio
Vio un anuncio de una carrera de autos
Mil dólares era el premio, decía el cartel
No pudo hablar con Laura por teléfono
Así es que a su madre, Tommy le dijo:

“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que puede ser que llegue tarde
Tengo algo que hacer que no puede esperar”

Condujo en su auto hasta el terreno de la carrera
Era el conductor más joven
La multitud rugía cuando empezaron la carrera
Alrededor de la pista conducían a un ritmo mortal
Nadie sabe qué pasó ese día
Cómo fue que su coche estalló en llamas
Pero mientras lo sacaban de los restos retorcidos
Con su último aliento, lo escucharon decir:

“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá”

Ahora Laura reza en la capilla
Por su Tommy que falleció
Él solo vivió y murió por Laura
Sola en la capilla, puede escucharlo llorar

“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá
Dile a Laura que la amo
Dile a Laura que la amo...”

viernes, 13 de marzo de 2009

Sinopsis imposibles (I): Las mejores vacaciones del agente McMurphy

Con permiso de Mr. X, tomo prestado de una entrada reciente de su blog el siguiente texto: El término teaser hace referencia a las primeras secuencias de imágenes que se publican de una película. Éstas no suelen exceder normalmente el minuto de duración y su fin es meramente publicitario. Una manera de atraer al público antes incluso de que se comience a rodar la propia película.

El tema de los teaser se está desarrollando tanto que el año pasado se creó incluso un festival específico: "Teaserland. Festival internacional de trailers falsos". Es decir, en lugar de hacer una película y preparar luego el trailer, se hace éste con la intención de que sea ya la obra definitiva. De hecho, teniendo en cuanta lo insulsas y anodinas que suelen resultar la mayor parte de las películas, no sería mala idea que la mayoría se quedasen en eso, en el trailer.

¿Que quién puso de moda esto de hacer un teaser o un trailer como obra única, como género propio? Juraría que fue cosa de Quentin Tarantino, en los que incluyó como parte de Gridhouse, aquel original "programa doble" que rodó junto a Robert Rodríguez. A partir de ahí, a la gente se le ocurren cosas tan disparatadas y divertidas como Maestro Montero.

En fin, la cosa es que se me ocurrió que si el personal cinematográfico aborda proyectos de este tipo, por qué no hacerlo también en el plano literario. Así que aquí tenéis la sinopsis de un relato que nunca existirá, y con la que inauguro esta nueva sección del blog que llamaremos Sinopsis imposibles.

Las mejores vacaciones del agente McMurphy

Ray McMurphy es el agente de policía más duro del estado de Arkansas. Apenas habla, sólo gruñe, patea y dispara. Su mirada dice todo lo que hace falta saber. Sólo una persona ignora sus órdenes, es más, no recibe ninguna del agente McMurphy; se las impone a él. Es la señora McMurphy.

Ella se empeña cada año en que pasen juntos una semana en algún bonito hotel de Florida. Ataviado con su camisa caqui, su sombrero y sus pantalones cortos, Ray McMurphy gruñe, escupe tabaco y carga con las maletas. Pero estas vacaciones no serán nada tranquilas, porque por vecinos de habitación tendrán a un grupo de pizpiretas jovencitas que no tardarán en revelar su auténtica naturaleza: son unas lascivas y libidinosas vampiras.

Poco después de caer la noche, raptarán a la señora McMurphy y a Ray no le queda más remedio que ir al rescate de su mujer. Armado, furioso y dispuesto a lo que sea, irrumpe en la habitación de las chicas para encontrar a su esposa maniatada a la cama y a las vampiras a punto de saciar su sed de sangre. Decidido a actuar, el agente McMurphy se da cuenta de que, amordazada e inmovilizada, es la primera vez que se siente seguro y libre ante su mujer, y de pronto es feliz. Y se ríe. Por otro lado, esas vampiras no están nada mal, así que acabará llegando a un acuerdo con ellas para darle un giro a su vida…

jueves, 12 de marzo de 2009

Con permiso, compartiendo mi entusiasmo

Pues sí, menuda semanita llevo, y el blog se resiente, claro. Tampoco hoy tenía ni tiempo ni inspiración para escribir sobre nada interesante. Pero dado lo emocionado que estoy esta mañana, me permitiré el lujo de compartirlo con todos los que os pasáis a visitarme a este lado del río... y entre los árboles.

Pues resulta que ¡¡ya tengo mi entrada para ver a Bruce Springsteen!! Pasaban doce minutos desde que se abrieran los canales para la gestión cuando pude formalizar la compra. El maldito internet se atascó un par de veces y ya empezaba a mosquearme, pero al final pude completar el proceso y confirmar la compra de todas las entradas. Sí, porque además de la mía compré para Sempi, para mi cuñao, y algunos encargos más.

Lo malo de esto, sobre todo para alguien tan impaciente como yo, es tener unas entradas el 12 de marzo para un evento que se celebrará el 28 de julio. Pero en fin, ¿qué le vamos ha hacer?

Os cuelgo arriba una foto en la que podéis ver la cola que se montó a la puerta de Fnac Sevilla, donde había gente esperando desde las diez de la noche del miércoles.

Para dar salida a mi entusiasmo, aquí os dejo la más reciente actuación de Bruce Springsteen, durante el intermedio de la final de la Superbowl, el pasado mes de febrero. Interpreta dos de sus canciones legendarias, 10th Avenue Freeze-Out y Born to run, sólo una pequeña muestra del ambiente absorbente y apabullante que se respira en cualquier concierto del Boss. Una vez que se calle el pesado del comentarista italiano podréis ver al rockero tan entregado como de costumbre, subiendo de un salto sobre el piano y gritando a la multitud: ¡¿Hay alguien vivo ahí?!

Le dedicaremos este vídeo especialmente a mi padre, el último converso que he conseguido para la causa "springsteeniana".

martes, 10 de marzo de 2009

Día blanco, día negro

Analizar una obra a fondo a veces resulta demasiado tedioso. A mucha gente la maniobra le sobra, se conforman con ver la película o leer el libro en cuestión. Si les gusta, bien, si no, mala suerte. Se acabó la historia. Pero los que tengáis la costumbre de ir un paso más allá, de escudriñar en los nombres escogidos por el autor, en la tonalidad de color empleada para el mobiliario o el vestuario, en el corte de pelo o el tipo de arma o coche, debéis saber ya la cantidad de información que puede sacarse de una película a partir de esos detalles. Según qué película, claro. 

Hablamos de buen cine, de autores que no se quedan en lo básico. Pero la gran pregunta es: ¿todo es intencionado? En no pocas entrevistas podemos ver cómo el autor se asombra y maravilla cuando el crítico de turno le resalta el uso de estos colores o de aquel plano para querer expresar esto o lo otro, cuando él, en realidad, jamás se lo había planteado.

Traigo esto a colación porque, sentado aquí en la redacción, acabo de darme cuenta de un detalle que al principio me resultó simpático, y tras pensarlo unos segundos, me pareció algo más serio; más que simpático, interesante.

El lunes, como debe ser, no empezó bien. Me levanté con pocos ánimos, especialmente preocupado por la novela, que andaba en un punto algo cuesta arriba y se me hacía duro pensar en tener que andar empujando. Aquello me haría tener una mala tarde de trabajo, pensé, de ésas en las que con suerte consigo rellenar una o dos páginas con ninguna chispa y machacándome la espalda durante cuatro o cinco horas ante la pantalla. A eso le estuve dando vueltas durante toda la mañana, con lo que mi ánimo no fue a mejor.

Sin embargo, resultó que no sólo tuve una buena tarde, sino que creo que ha sido la más productiva de cuantas recuerdo en los últimos tres meses. Me senté a las seis y a las ocho tenía seis páginas bien redondas en las que había contado ni más ni menos que lo que quería y con las que había llegado hasta ese punto preciso, justo aquél en el que, como decía don Ernesto, aún sé qué quiero seguir contando; de este modo es más fácil continuar al día siguiente. Como sólo precisé dos horas, tuve tiempo de sobra de ir a comprar, cocinar un poco y salir a tomar unas cervezas en grata compañía.

Tras una tarde tan redonda, hoy me he levantado pletórico, deseando llegar a casa para volver a sentarme a escribir —probar mis albóndigas en salsa y luego sentarme a escribir, por este orden—, y tratar de disfrutar de unas horas tan productivas como las de ayer —hoy le echaré valor al tiramisú, a ver qué tal sale.

Narrada la esencia de estos dos días, lunes y martes, ese detalle que me ha dado la idea para esta entrada- antes de que Teo me recrimine que llevo mucho sin escribir-, ha sido mi atuendo. Sin que nada en especial me empujase a ello, sencillamente rebuscando en el armario, ayer opté por unos pantalones negros, una camisa de un rojo oscuro y un chaleco negro con algunas líneas blancas. Hoy, de igual modo sin que nada concreto me animase a hacerlo así, me he embutido en unos pantalones blancos acompañados de una camisa también blanca de finas rayas marrones (con la que, por cierto, Sempiterna dice que no estoy nada mal; se agradece).

Si mi vida fuese una película —y afortunadamente así me parece en muchos momentos—, más de un crítico tocanarices acusaría al director de echar mano de un recurso tan facilón como ese de vestir al protagonista de negro cuando está triste y de blanco cuando está contento. Pero como digo, en este caso no ha habido indicaciones del director. Ha sido sencilla improvisación, al más puro estilo Actor’s Studio.

La vida imita al arte, dicen. Bullshit! No hay mejor arte que la propia vida.

viernes, 6 de marzo de 2009

'Gran Torino'. Un estreno muy especial

Ya hablé en su momento de la nueva película de Clint Eastwood, Gran Torino, que llega hoy a los cines. Ni que decir tiene que la recomiendo encarecidamente y enseguida daré algunas razones. La cuestión es que imaginaos lo feliz y orgulloso que se siente un servidor cada vez que pasan el anuncio de la película por la tele o lo veo en algún periódico. No es la primera vez que utilizan una crítica mía para promocionar un producto —en ocasiones anteriores fueron libros de música—, pero sí es la primera vez que me hace tanta ilusión por tratarse de lo que se trata. Ahí queda, para los restos, mi humilde nombre ligado a la que, dicen, podría ser la última película del abuelo Clint como actor. Total, que como diría alguno, ando que no cabo en mí.

Con esta cinta, Eastwood ha vuelto a forjar para el cine “de machos” otro gesto a imitar. Primero fue aquel cigarro a medio fumar del “hombre sin nombre” en la trilogía de Sergio Leone. Después llegó la sentencia “Alégrame el día”, en boca del inspector Harry Callahan, a la que siguió la maestría para escupir tabaco, preferentemente a los perros, del fuera de la ley Josey Wales. Ahora, el viejo Walt Kowalski, protagonista de Gran Torino, demuestra todas las posibilidades de un gruñido lanzado en el momento justo.

Se dice en los mentideros de Hollywood que ésta será la última película de Eastwood ante la cámara. Nunca se sabe. Pero está claro que de ser cierto, no podía haber concebido una despedida más brillante. Gran Torino es, en muchos sentidos, una película de cierre, de conclusión, de dejar la casa en orden antes de abandonarla para siempre.

También es, en cierto modo, el Sin perdón de los justicieros cinematográficos. En su obra maestra de 1992 Eastwood recogía la tradición del western clásico para conducirlo hacia ese ocaso en el que van a morir, o a perderse para la eternidad, todos los héroes del género que merece la pena recordar. En la misma película ofrecía una puesta al día del western, y una vez lo había llevado a lo más alto, clavaba la tapa de su ataúd y rezaba una plegaria sobre su ataúd (magistral y simbólica esa escena final ante el lecho de la esposa).

Casi dos décadas después, el polifacético artista lleva a cabo una maniobra similar con el personaje del justiciero, ése que él mismo popularizó en los setenta en la figura de Harry Callahan y que después sería llevado a extremos casi autoparódicos por otros duros de Hollywood, con Charles Bronson al frente.

Gran Torino cuenta la historia de Walt Kowalski, un trabajador del automóvil jubilado y resentido veterano de la Guerra de Corea, que mantiene su rifle M-1 limpio y listo por lo que pueda ocurrir. Lo suyo no son las relaciones con sus semejantes, menos aún su propia familia. Su perra Daisy es su mejor compañía. Inamovible en sus ideas tanto como en su residencia, Kowalski asiste al cambio progresivo de su vecindario, que va llenándose de inmigrantes hmong, del sudeste asiático, a los que desprecia abiertamente. Para terminar de empeorar la situación, pandillas sin propósito de adolescentes asiáticos, latinos y afroamericanos pelean por el dominio de las calles. Kowalski intenta mantenerse al margen de todo esto, hasta que una noche alguien intenta robar su Gran Torino del 72.

Al contrario que las películas de justicieros a la que parece pertenecer a priori, Gran Torino es una cinta realmente hermosa y emocionante, una historia plagada de personajes llenos de vida, lo que hace que los momentos de mayor violencia resulten aún más duros y desagradables. Pero sobre todo, Gran Torino ofrece un mensaje de esperanza, esperanza en la convivencia entre los seres humanos, en la idea de que todo el mundo puede cambiar y llegar a querer a aquellos a los que más ha odiado; salvar a los que alguna vez le hicieron daño.

Como de costumbre, todo en esta película lleva el sello de Eastwood, desde la fotografía al vestuario, los diálogos, los decorados o la banda sonora, a cargo de su hijo Kyle y Michael Stevens; además de la hermosa canción principal compuesta por el propio Clint junto a Jamie Cullum. Un reparto de rostros desconocidos ayuda al espectador a sentirse un poco más cerca del protagonista al encarar a un grupo humano del que no sabe qué esperar, y al que poco a poco le va tomando cariño irremediablemente.

Un elenco de excelentes actores —con el Eastwood en uno de sus mejores papeles—, con buenos personajes secundarios como siempre ocurre en las obras de este director, consiguen llevar hasta un nivel de calidad insospechado una historia que, en según qué manos, podría haber terminado en un thriller al uso sin nada nuevo que aportar. Pero en las hábiles de este veterano cineasta, el guión se transforma en un emotivo alegato por comprensión, tolerancia y sacrificio.

Cuando se estrenó Los puentes de Madison, un sarcástico periodista dijo que Eastwood se había convertido en el gran traidor del espectador “masculino”, pasando de ser uno de los duros indiscutibles a no escatimar lágrimas en ese papel de fotógrafo romántico y sensible. Sería interesante ver qué escribe el mismo sujeto sobre Gran Torino. Cada fotograma de esta obra rezuma la nostalgia y melancolía que ya destilaban Million dollar baby o Mystic River, así como el mismo toque magistral. Quizás sea cierto que Clint Eastwood no volverá a ponerse ante la cámara, pero mientras siga trabajando tras ella, el Hollywood clásico seguirá con vida.

Para concluir, como extra de esta entrada, dejo por aquí parte del texto del que los chicos de Warner han extraído mi comentario para la publicidad de la película:

Casi cuarenta años después de Harry el Sucio, Clint Eastwood recupera su gesto más duro para ofrecer una de sus obras más bellas y emocionantes. Gran Torino demuestra una vez más que Eastwood es el último director clásico de Hollywood. En él perviven el lirismo de John Ford y el sereno drama de John Huston.

jueves, 5 de marzo de 2009

Para aquéllos que sueñan despiertos

“Existen dos clases de hombres:
aquellos que duermen y sueñan de noche
y aquellos que sueñan despiertos de día.
Éstos son los peligrosos,
porque no cederán hasta ver sus sueños
convertidos en realidad”
T.E. Lawrence


¿A qué edad debe uno dejar de creer en los Reyes Magos? ¿Cuándo se es demasiado mayor para ver películas de dibujos animados? ¿Qué señal nos indica que debemos dejar ya de escribir cuentos, componer canciones, pintar cuadros o divagar sobre Hitchcock, y centrarnos en pagar deudas, tener hijos y beber Cruzcampo hasta subir un par de tallas de pantalón?

La gente está, por lo general, tan descorazonada, es tan conformista e indiferente, que cuando pasas de los... digamos veintipocos años, empiezan a mirarte con cierta extrañeza si quieres hacer algo más que trabajar, crear una familia, estar con los amigos y ver el fútbol el domingo por la tarde. Suena a coña pero, ¿es así o no es así? Pues ya está.

Si tienes dieciocho y compones canciones puedes ser una estrella musical en potencia; si lo haces con treinta y seis eres un perdedor que no ha aceptado que nunca será Paul McCartney. Y no hablemos ya de esto de llevar un blog. En ese caso, además de perder el tiempo haciendo algo que no sirve para nada, encima, eres un friki.

Pues estupendo. Así nos luce el pelo. Todos más obedientes que soldado Flanagan, marchando al ritmo que nos tocan y sin que nadie lo imponga. Y es que ya se sabe que ¡ay, del que se salga de la fila! Que ya dijo don Lawrence lo peligroso que son los soñadores. Si tu has estudiado derecho, niño, abogao pa’to la vía, como mucho, unas oposiciones bien preparadas para el Estado, si es que no das la talla para notario, que es lo suyo. Y si quieres practicar aficiones, el fútbol, o el tenis, que ahora con Nadal también está de moda. Baloncesto, nada, que ya no lo ponen por la tele.

¿Y a qué venía todo esto? Pues a qué va a venir. A que estos días he echado algún que otro rato guitarra en mano después de los comentarios entusiastas que he ido recibiendo de no sé cuánta gente por la canción que colgué aquí la pasada semana. ¡Dios de mi vida, lo que no se habrá gastado Sempi en invitar a langostinos al personal!

En fin, el caso es que tras años sin tomarme tan en serio lo de la música, he rescatado algunas viejas canciones, les estoy haciendo nuevos arreglos, he escrito un par nuevas... Y de pronto, anoche, mientras me decidía entre Enrique Urquijo y Stephen Stills para los trayectos en coche de hoy, me dije: ¿Qué haces tú metiendo en esta plaza, si hace tiempo que renunciaste a tomar la alternativa? O dicho de otro modo, que quién me manda a mí, a estas alturas de la película, ponerme otra vez a componer y canturrear. Eso, me dije yo, lo hace uno cuando tiene dieciocho o veinte años, como hizo Dylan. Ah, pero es que yo no quiero ser Dylan, me respondí a mí mismo. Puestos a escoger, prefiero algo más modesto; Javier Krahe, por ejemplo, que es más castizo, más tranquilote, y mucho más divertido.

Y claro, entonces caí en la cuenta de que Javier Krahe no cantó en público por primera vez hasta los treinta y pocos, y que Saramago no empezó a escribir en serio hasta que se jubiló. Además, basta echar un vistazo a la carrera de infinidad de artistas para comprobar que en la mayoría de los casos —¡Yo sé de uno que no! ¡Tú calla, coño!—, sus obras van cobrando más interés y profundidad con el paso de los años. Pues eso, que me salto la edad de la experimentación y hago borrón y cuenta nueva.

¿Todo este rollo, para deciros que os preparéis para la que se avecina? No, de verdad. Sí es cierto que en breve espero subir alguna que otra canción, para que sigáis dándome vuestras opiniones sinceras, para bien o para mal. Y según eso, como la paella del domingo en el Jose, colgaré más o no según demanda.

Pero no, decía que esta perorata no venía a ser una pre-camapaña de promoción encubierta. Lo que buscaba más bien era espolear a todas las almas inquietas -las que pasen por aquí, claro- que tengan ganas de contar cosas sea cual sea el formato de expresión de sus ideas. Porque si hay algo que nadie nos puede quitar si no se lo permitimos, ni el jefe, ni el banco, ni la madre los parió, es la ilusión, la capacidad de soñar.

Escribir un poema, hacer una fotografía, dar forma a un trozo de barro... nada de esto tiene que ver con la edad, ni con lo que se ha estudiado, ni con ganar un sobresueldo.; porque mierntras hay vida, hay esperanza, y la esperanza es ilusión. Así que tiene que ver más bien con el corazón, y con el impulso irrefrenable de expresarnos más allá de una mera conversación telefónica, más allá de decirle te quiero a nuestra pareja o preguntarle a un amigo cómo estás. Tiene que ver con decir algo al mundo, a los que conocemos y a los que nunca llegaremos a encontrarnos. Da igual que esa obra se dé a conocer ante un auditorio multitudinario, que la expongas en internet o que simplemente la enseñes a un amigo de confianza.

Lo importante es que haya salido de dentro. Lo importante es que no te silencies a ti mismo. Y por favor, olvida los complejos y comparte ese suspiro del alma, ya sea con solo una persona o con todas las que quieras. Seguro que eso que has creado impulsado por tus sentimientos puede hacer llorar, sonreír o pensar a mucha gente. ¿Quién sabe? Incluso inspirarles. Y eso es mucho. Eso lo es todo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

CSNY. El compromiso político del supergrupo

A mediados de 2006 Neil Young decidió que ya era suficiente. Se plantó en el estudio con su guitarra, sus Caballos Locos y un coro de cien voces gospel para grabar un álbum tan urgente como necesario. Sería su firme de denuncia contra la administración Bush por todo lo que estaba haciendo al país y sus habitantes, desde la sangrante guerra en Irak a las restrictivas medidas antiterroristas. Grabó las nueve canciones del disco en tan solo seis días, y cuatro de ellas las escribió en el propio estudio el mismo día en que las grabó. Y en las nueve, George W. Bush fue la presencia constante, el hilo temático, el hombre acusado por el rockero, entre otras cosas, de mentir, espiar, desatar una guerra sin razón ni sentido y ejercer una nefasta administración del país.

Canadiense de nacimiento pero asentado en Estados Unidos desde los sesenta, Neil Young siempre ha sido uno de los rockeros más comprometidos con los problemas sociales y políticos de su entorno. Y en esas diversas cruzadas que ha afrontado, contra la guerra de Vietnam, las armas nucleares o en apoyo de las zonas rurales más pobres del país, el canadiense siempre ha contado con el inestimable apoyo de sus viejos colegas David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash.

La prensa musical los bautizó “el supergrupo”, mientras que algunos influyentes medios de derecha los tachaba sencillamente de alborotadores, traidores y otras lindezas que entraban ya en el puro ataque personal. Desde que grabaron su primer disco juntos en 1969, Crosby, Stills, Nash & Young se han venido reuniendo y separando varias veces a lo largo de las últimas décadas. Nunca nada traumático, cada cual tiene su propia carrera y cuando les apetece, vuelven a subirse juntos al escenario.

En este caso, cuando Young publicó su disco, pensó que la mejor manera de promocionarlo era invitando a sus viejos colegas a implicarse con él en este arriesgado proyecto: recorrer el país con una gira en la que la denuncia política fuera el principal objeto de la actuación. Los tres aceptaron encantados y entusiasmados.

El supergrupo, CSNY, es sinónimo de agitación de las conciencias sociales y del despertar idealista de finales de los sesenta. Sus canciones son la banda sonora imborrable con la que millones de personas han vivido, amado, tenido esperanza, protestado, luchado contra injusticias y crecido.

El sonido básico de la banda se asienta en un toque clásico y puro de guitarras, tanto acústicas como eléctricas, para acompañar a un juego armónico de voces que ha creado escuela. Sin embargo, con tan evocadoras armonías no se dedican a hablar de la primavera y del olor de las flores, sino a reflejar los conflictos de la época y de los cambios que están teniendo lugar en cada momento.

En 1971 cantaron juntos Ohio, una ardiente denuncia del asesinato de cuatro jóvenes por parte de la Guardia Nacional en la Universidad de Ohio durante una manifestación contra la guerra de Vietnam. Aquél fue solo uno de los muchos himnos combativos que el supergrupo habría de aportar a la generación de los setenta.

Treinta y cinco años después, el mundo seguía igual de disparatado, y jóvenes estadounidenses volvían a morir en una guerra estúpida y sin sentido por antojo de su presidente. Así que Crosby, Stills, Nash y Young volvieron a lanzarse a la carretera para protagonizar su iniciativa más comprometida y controvertida.

El nuevo disco de Neil Young, Living with war, iba a servir de base musical para vertebrar el resto del programa, y contarían con vídeos especialmente preparados con los que dar a conocer a los espectadores imágenes que no habían visto hasta el momento — como la de los centenares de ataúdes de soldados estadounidenses amontonados en los aviones— y otras que debían recordar —como algunas de las “brillantes” declaraciones públicas del presidente Bush. Todo el espectáculo debía constituir una crítica abierta y contundente a la política exterior de Estados Unidos y a su continua violación de los derechos humanos, así como a las medidas internas establecidas que atentaban contra los derechos básicos de los propios ciudadanos.

Y para que la cosa no quedase en esos meses de conciertos, Neil Young decidió poner en marcha un documental que él mismo dirigiría bajo su seudónimo habitual, Bernard Shakey. CSNY: Déjà Vu sigue a la banda por todo el país durante aquella gira que fue bautizada Freedom of Speech 2006 (“Libertad de expresión 2006”). Y como no había manera de valorar el evento sin tener en cuenta las reacciones del público asistente, Young fichó al reputado periodista político Michael Cerre para que se encargase de acercar al espectador de la película las reacciones de los fans ante las letras, así como la conexión del grupo con sus admiradores, todo ello con el trasfondo de la Guerra de Irak y Afganistán, y con los acontecimientos que rodearon a las elecciones de 2006 en Estados Unidos.

De este modo, la película acaba planteando acontecimientos del pasado y del presente, y en su narración se entremezclan temas interpretados durante la gira con material de archivo, metraje de noticias y opiniones, tanto positivas como negativas, del público asistente a los conciertos. “¡Ya sabéis, libertad de expresión!”, grita Graham Nash cuando buena parte del auditorio comienza a abuchear a la banda tras interpretar Let’s impeach the President, uno de los temas clave de esta gira.

Tras pasar por los cines españoles como un suspiro, sin apenas tiempo en cartel y aún menos promoción, CSNY: Déjà Vu Live llega ahora a dvd cuando George W. Bush ya ha hecho las maletas. No obstante no hay que dejar pasar la oportunidad de ver esta singular producción, presentada en los festivales de Sundance, Berlín y San Sebastián, en la que la música no es la gran protagonista, sino más bien los propios músicos, con su claro posicionamiento y toma de conciencia ante lo que sucede a su alrededor. Los cuatro amigos sienten la obligación como artistas de aprovechar su talento y su popularidad para remover los ánimos y las ideas del país para intentar cambiar la situación.

Las reacciones, como no podían ser de otra manera, son radicales en ambos sentidos: algunos aplauden a rabiar, otros abuchean y se marchan. Varios gritan a la cámara que han pagado su dinero para un concierto de rock, no para un mitin político, y como respuesta se exponen las opiniones de quienes estaban deseosos de que algún artista se solidarizase por fin con esa manera de pensar y sentir de buena parte del país para reflejarla en sus canciones.

Y canciones es lo que ofrece la banda sonora del documental, llamada igualmente CSNY: Déjà Vu Live y lanzada por Warner el pasado verano, más o menos cuando se estrenó la película. Si bien son pocas las piezas que se escuchan al completo en el largometraje, el disco recoge hasta dieciséis cortes, desde algunas de las nuevas canciones de Young a clásicos del supergrupo como Teach your children o el For what it's worth que Young y Stills grabaron con Buffalo Springfield. Y, claro, tampoco falta la gran estrella de la gira, ese Let’s impeach the President que se convirtió en el leit motiv y que miles corearon con lágrimas en los ojos mientras otros tantos escuchaban de fondo al abandonar malhumorados los estadios.

Así que parece que no es sólo cosa de España lo de ese debate sobre si los artistas deben o no meterse en política. Como todo, dependerá de lo que diga el artista en cuestión y de las ideas del oyente en particular. Aquí, al otro lado del río y entre los árboles, ya sabéis cuál es la postura: siempre mejor tocarle las narices al poder que los pétalos a las flores.

Aquí os dejo la letra y un vídeo de esa Let’s impeach the President. En fin, nunca se sabe cuándo habrá que volver a entonarla.

Destituyamos al Presidente por mentir
Engañando a nuestro país para llevarlo a la guerra
Abusando de todo el poder que le dimos
Y enviando todo nuestro dinero fuera.

¿Quién es el hombre que contrató a todos los criminales,
Las sombras de la Casa Blanca que se ocultan tras las puertas cerradas?
Y tuerce los hechos para acomodarlos a su nuevo cuento
De por qué tiene que enviar a nuestros hombres a la guerra

Destituyamos al Presidente por espiar
A ciudadanos dentro de sus propias casas
Violando cada ley del país
Interceptando nuestros ordenadores y nuestros teléfonos

¿Qué ocurre si AL-QUAEDA hizo volar los diques?
¿Estuvo así Nueva Orleans más segura
Al abrigo de la protección del gobierno?
¿O tal vez alguien no regresó a casa ese día?

Destituyamos al Presidente por secuestrar
Nuestra religión y usarla para ser elegido
Dividiendo nuestro país en colores
Y abandonando a las personas negras.

Gracias a Dios que actúa bajo efecto de esteroides
Desde que vendió su viejo equipo de béisbol
Hay montón de personas preocupadas por el gran problema
Pero, por supuesto, nuestro Presidente está limpio

Gracias a Dios

lunes, 2 de marzo de 2009

Buenos compañeros


Los hermanos George e Ira Gershwin, especialmente el primero, son puntales clave en la historia musical estadounidense. Autores de temas populares como I got rhythm, Embraceable you o Someone to watch over me, son responsables también de obras maestras de la música clásica como Rapsody in blue, o de la ópera Porgy and Bess.

Dado el peso de estos autores, la Librería del Congreso estadounidense decidió bautizar con su apellido un premio destinado reconocer la contribución de un intérprete o compositor a la música popular.

Paul Simon fue el primer artista en recibir este galardón, en junio de 2007. Dos años después, el pasado 25 de febrero, el segundo en recibirlo ha sido Stevie Wonder. Ambos artistas, buenos amigos desde hace muchos años, se rindieron tributo respectivamente con sendas interpretaciones que ponen de manifiesto el gran calado humano y artístico de los dos.

En el concierto en tributo de Paul Simon, Wonder se unió a éste y a los Dixie Hummingbirds para ofrecer una versión deliciosa del tema gospel Loves me like a rock. Además, protagonizó una anécdota divertida. Estaba tan metido en su labor al piano que se le pasó que tenía que entrar a cantar la segunda parte. Reacciona a tiempo, pero con tan poca chispa que decide parar la actuación y pedir disculpas antes de empezar de nuevo. "Lo siento -bromea el artista invidente-, me lié con la partitura".



Por su parte, Paul Simon fue el encargado de abrir el recital íntimo en homenaje a Wonder, que se celebró en la Casa Blanca ante Barak Obama y su esposa, entre otros invitados. La canción que Paul interpreta es una nueva composición, If it's magic, que nos lleva a frotarnos las manos ante lo que puede ser su nuevo disco. Menudo ejercicio de maestría no sólo compositiva, sino también interpretativa y a la guitarra.

El dominio de Simon a la hora de crear armonías y jugar con la melodía resulta cada vez más fascinante. En cuanto a la guitarra, nadie diría que pudiesen sacarse de ella tantas notas para tan solo una canción. Una pena que anduviese resfriado y no tuviese la voz a pleno rendimiento para los remates más agudos. Pero el conjunto, sin duda, es más que brillante. No os la perdáis.

"Sólo dos cosas -dijo el cantante antes de empezar-. En primer lugar, estoy muy contento de que mis hijos crezcan en la era del presidente Obama. Y, Stevie Wonder, eres una bendición en el planeta".