Ojo, no es que por ser domingo ande yo perro y no quiera escribir. De hecho, hoy no iba a colgar ningún post sencillamente porque no me apetecía. Pero me he encontrado en la edición digital de la revista Esquire con un artículo que ha hecho aflorar mi encantadora sonrisa ladeada -corte Steve McQueen-, así que me he decidido a presentarlo por aquí. Está firmado por Óscar Lombana el pasado 10 de octubre, y lleva por título:
En los 90, le teníamos bastante tirria a los dichosos 80. Era un alivio dejarlos atrás. Renegábamos de los calcetines blancos con mocasín negro y de los ‘piños’ de Margaret Thatcher; nos reíamos del rombo pintado en el ojo de Ramoncín y de las cazadoras vaqueras con hombreras. Pero un día, sin avisar, el tiempo lo transformó todo en venerable y le encontramos virtudes a la década. El folclore se convirtió en talento y lo ridículo en una explosión de creatividad.
La moda, las pelis de ‘Alien’, Felipe ‘Gon’ dando ‘un meeting’, Raffaella Carrà moviendo el esqueleto, Reagan abrazando a Gorbachov, Mecano llenando las plazas de toros, Ouka Lele coloreando fotos, ‘Blade Runner’ en las carteleras, corbatas estrechas de cuero, los lagartos de ‘V’, la lambada, Almodóvar vestido de torero con peineta, las Adidas con velcro, gremlins incordiando, los Milli Vanilli defenestrados... Peter Pan y Freud estarían encantados. Todos de cabeza por el túnel de la nostalgia. Los hijos de Torrebruno y Triqui suspirando por olvidarnos de la hipoteca. Volver a ser críos sin más preocupaciones que terminar la colección de cromos. Quién no querría volver a decidir entre Beta y VHS, leer ‘Neuromante’ por primera vez, beber Coca-Cola a morro en una botella de vidrio verde, explotar un globo repleto de azúcar de un tacote de Cheiw Junior, besar a tu novia y sonrojarte... Quién no querría darle seis tapas de Yoplait al panadero y ganar un reloj digital o ver el anuncio de ambientador Menforsan antes de empezar la peli y salir del cine haciendo ‘la grulla’ tras ver ‘Karate Kid’.
¿Pueden los rombos, las hombreras y las Nike de Marty McFly convertirse en cultura? ¿Puede algo casposo y chirriante transformarse en objeto de debate? ¿Pueden un montón de cosas ridiculillas y una estética para echar a correr convertirse en algo memorable? Supongo que sí. Un ejemplo. Cuando a la gente le preguntan por su agente doble cero favorito la respuesta suele ser unánime: “Sean Connery”. Me encanta Connery, no digo que no, levanta bien la ceja y en ‘Los Inmortales’estaba genial con su sombrero y su katana. Pero a mí el que me gustaba de crío era Roger Moore. Roger Moore saltando de la Torre Eiffel sin perder un gramo de apostura, con esmoquin bajo su traje plateado de astronauta actuando en cámara lenta para simular la baja gravedad; conduciendo la mitad de un coche por los Campos Elíseos mientras persigue a la salvaje Grace Jones.
El actor más ‘naif’ de la saga. A sus pelis sólo les faltaban onomatopeyas tipo “PAM” y “BUM” de la serie ‘Batman’ de los 60. Nos gustaba su boli-bazooka, su coche submarino y su cinturón ballesta.Nos emocionaba entonces y nos sigue ‘molando’ ahora, cuando tras la suficiencia de los años sonreímos pensando en la cándida adolescencia. Tal vez sea porque a todos nos agrada tener un lugar, aunque sea en la memoria, donde refugiarnos e irnos un momento de vacaciones. O porque el cerebro se encarga de envolver el pasado en una especie de celofán edulcorado que todo lo perdona. Probablemente, es difícil resistirse al recuerdo de la inocencia. Roy Batty ha engordado, Michael Jackson se ha convertido en un elfo y Butch Cassidy acaba de irse. Así que no nos queda otra que seguir viviendo en la década del XXI, comprando recuerdos en e-Bay,esnifando goma Milán-Nata a escondidas y poniéndonos camisetas de Hanna-Barbera para que todo el mundo sepa lo‘vintage’y enrollados que somos. Al menos mientras los coches no vengan con Condensador de Fluzo de serie.
¿De verdad añoramos los 80?
587 palabras sobre nostalgia, cultura popular
y aquellos maravillosos años. ¿O no tanto?
y aquellos maravillosos años. ¿O no tanto?
En los 90, le teníamos bastante tirria a los dichosos 80. Era un alivio dejarlos atrás. Renegábamos de los calcetines blancos con mocasín negro y de los ‘piños’ de Margaret Thatcher; nos reíamos del rombo pintado en el ojo de Ramoncín y de las cazadoras vaqueras con hombreras. Pero un día, sin avisar, el tiempo lo transformó todo en venerable y le encontramos virtudes a la década. El folclore se convirtió en talento y lo ridículo en una explosión de creatividad.
La moda, las pelis de ‘Alien’, Felipe ‘Gon’ dando ‘un meeting’, Raffaella Carrà moviendo el esqueleto, Reagan abrazando a Gorbachov, Mecano llenando las plazas de toros, Ouka Lele coloreando fotos, ‘Blade Runner’ en las carteleras, corbatas estrechas de cuero, los lagartos de ‘V’, la lambada, Almodóvar vestido de torero con peineta, las Adidas con velcro, gremlins incordiando, los Milli Vanilli defenestrados... Peter Pan y Freud estarían encantados. Todos de cabeza por el túnel de la nostalgia. Los hijos de Torrebruno y Triqui suspirando por olvidarnos de la hipoteca. Volver a ser críos sin más preocupaciones que terminar la colección de cromos. Quién no querría volver a decidir entre Beta y VHS, leer ‘Neuromante’ por primera vez, beber Coca-Cola a morro en una botella de vidrio verde, explotar un globo repleto de azúcar de un tacote de Cheiw Junior, besar a tu novia y sonrojarte... Quién no querría darle seis tapas de Yoplait al panadero y ganar un reloj digital o ver el anuncio de ambientador Menforsan antes de empezar la peli y salir del cine haciendo ‘la grulla’ tras ver ‘Karate Kid’.
¿Pueden los rombos, las hombreras y las Nike de Marty McFly convertirse en cultura? ¿Puede algo casposo y chirriante transformarse en objeto de debate? ¿Pueden un montón de cosas ridiculillas y una estética para echar a correr convertirse en algo memorable? Supongo que sí. Un ejemplo. Cuando a la gente le preguntan por su agente doble cero favorito la respuesta suele ser unánime: “Sean Connery”. Me encanta Connery, no digo que no, levanta bien la ceja y en ‘Los Inmortales’estaba genial con su sombrero y su katana. Pero a mí el que me gustaba de crío era Roger Moore. Roger Moore saltando de la Torre Eiffel sin perder un gramo de apostura, con esmoquin bajo su traje plateado de astronauta actuando en cámara lenta para simular la baja gravedad; conduciendo la mitad de un coche por los Campos Elíseos mientras persigue a la salvaje Grace Jones.
El actor más ‘naif’ de la saga. A sus pelis sólo les faltaban onomatopeyas tipo “PAM” y “BUM” de la serie ‘Batman’ de los 60. Nos gustaba su boli-bazooka, su coche submarino y su cinturón ballesta.Nos emocionaba entonces y nos sigue ‘molando’ ahora, cuando tras la suficiencia de los años sonreímos pensando en la cándida adolescencia. Tal vez sea porque a todos nos agrada tener un lugar, aunque sea en la memoria, donde refugiarnos e irnos un momento de vacaciones. O porque el cerebro se encarga de envolver el pasado en una especie de celofán edulcorado que todo lo perdona. Probablemente, es difícil resistirse al recuerdo de la inocencia. Roy Batty ha engordado, Michael Jackson se ha convertido en un elfo y Butch Cassidy acaba de irse. Así que no nos queda otra que seguir viviendo en la década del XXI, comprando recuerdos en e-Bay,esnifando goma Milán-Nata a escondidas y poniéndonos camisetas de Hanna-Barbera para que todo el mundo sepa lo‘vintage’y enrollados que somos. Al menos mientras los coches no vengan con Condensador de Fluzo de serie.
Óscar Lombana. Revista Esquire
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