viernes, 31 de octubre de 2008

En este día de terror y misterio... ¡¡un chiste!!

Venga, va, para aquellos que no traguéis con lo de Jalogüín, y que en contra de la invasión anglosajona apostéis por la tradición patria (aquello que cantaban los Mojinos Escozíos: "¡¡Nosotros tenemos los cochinos!! ¡Tenemos los jamones, las aceitunas y el vino!"), bueno, pues vaya para vosotros este chiste, malo como él solo, pero que me ha pillado con la guardia baja a estas primeras horas de San Viernes.

Todos sabéis -y los que no lo supierais ahora lo vais a saber- que el siete está considerado uno de los números mágicos. Si lo marcas en un cajero no te va a sacar de la crisis, pero parece ser que sí que afecta al discurrir natural del cosmos. Una pena que eso tan estupendo, al director de la sucursal de tu banco, le interese tanto como a mí el último fichaje del Madrid. Pero vamos a lo que vamos.

Al igual que sabemos del legado ancestral del número siete, también sabemos que desde tiempos inmemoriales lo escribimos cruzándolo con un palito. Los niños lo hacen todos de este modo, y muchos adultos conservan esta forma así pasen los años.


Pero, ¿por qué? ¿por qué es esto? ¿Qué clase de sortilegio, invocación, protección o augurio esconde ese anodino palito cruzando el estilizado cuerpo del siete?

Pues parece ser que hay que remontarse a tiempos bíblicos para encontrar la explicación. Según los escritos de respetados cronistas de la época, como Mariñus y Patiñus, cuando Moisés, en el Monte Sinaí, recibió los Diez Mandamientos del Aliento Divino, el hombre los fue "cantando" al pueblo de Israel, que aguardaba montaña abajo:

"Uno. Amarás a Dios sobre todas las cosas..."

(Es de suponer que el pueblo de Israel, en su ilusión, jalearía cada anuncio: ¡Ole...! ¡Venga...! ¡Otro, otro...!)

"Dos. No tomarás el Nombre de Dios en vano..."

("¡Más, más...! ¡Con más morbo...! ¡Otro...! ¡Dale, Moi…!)

Y así, uno tras otro, Moisés los iba anunciando, el pueblo de Israel los celebraba y el Cincel Divino los iba plasmando en las tablas de piedra. Y en esto, llegó el número mágico:

"Siete. No desearás a la mujer del prójimo"

En ese momento, el jolgorio de la multitud se silenció. Los hijos de las siete tribus de Israel -amén de unos cuantos sioux que se liaron con eso de las tribus- se miraron entre ellos, cuchichearon y meditaron aquel último mandamiento. Hasta que un valiente se atrevió a decir lo que era causa común y todo se unieron al grito:

"¡¡¡¡Moisés, tacha el siete, tacha el siete...!!!!"

Y de ahí que el siete, miles de años después, lo sigamos tachando al escribirlo, para que quede claro que amaremos a Dios sobre todas las cosas... salvo la mujer del prójimo.

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