Dori es una veinteañera risueña, hiperactiva, con ganas de comerse el mundo y de exprimir cada segundo que le dé la vida; como debería ser cualquier veinteañero. El pasado domingo se levantó temprano para ir al centro de la ciudad, a seguir llevando las diversas actividades que coordina en una de las carpas de la Feria del Libro. Se había tomado el asunto tan en serio que incluso no salió la noche anterior para estar al cien por cien de rendimiento. Desayunó, se montó en su Opel Corsa y puso rumbo a su destino.
Al llegar a lo alto de uno de los puentes que cruzan sobre las vías del tren, un semáforo la obligó a frenar. Dos coches, tal vez tres, ya estaban detenidos ante la luz roja. Así lo hizo también Dori. Mientras pasaba el tiempo, los segundos, tal vez cambió el dial de la radio, tal vez repasó mentalmente la agenda del día, o incluso rebuscó en el bolso para comprobar que no olvidaba nada.
Fuese lo que fuese lo que estaba haciendo, no lo vio llegar. Sólo lo sintió. Un golpe terrible a su espalda que la empujó hacia delante con la misma violencia con la que el impacto con el siguiente coche hacía saltar el airbag y le propinaba un asfixiante impacto en el rostro. A setenta, tal vez a ochenta kilómetros por hora, fue la estimación inicial de la policía de la velocidad del coche que provocó el accidente. No intentes imaginarlo. Es sencillamente terrible.
Dori salió del Corsa por su propio pie, asustada, desconcertada, frenética. Pero aún tuvo la serenidad de pensar que prefería llamar a su hermana antes que a sus padres. Ella, suponía, reaccionaría con más sosiego.
Y su hermana, María José, estaba con Sempiterna y conmigo.
María José ha sido ese gran regalo que nos ha deparado 2009. Al igual que Adri, Ali, Violeta, Pepe o Clara lo fueron en 2008, o Teo y Mari en 2007, este año hemos tenido la suerte de cruzar nuestro camino con el de este ser humano maravilloso que es Meriyou. Y si hay algo peor que ver sufrir a cualquier persona, es asistir a la angustia de alguien a quien quieres.
Estábamos juntos porque ambos andamos trabajando en un proyecto literario. Sempi se marchaba a trabajar en la Feria del Libro, precisamente junto a Dori. Desayunamos los tres y nos despedimos. Fue entonces cuando recibimos la llamada, y María José y yo pusimos rumbo al lugar del siniestro. Por suerte, quedaba muy cerca de donde estábamos.
Cuando llegamos ya había allí una ambulancia atendiendo a todos los implicados, y varios agentes de la Policía Local comenzaban a tomar los datos para el atestado. Los coches lo contaban todo: el de Dori se había llevado la peor parte, había quedado casi como un acordeón (“esto es casi seguro siniestro total”, diría luego el tipo de la grúa). Uno de los sanitarios, hablando después con otro compañero y uno de los policías, fue tan claro como crudo: "si esta chica no llega a tener un coche delante, igual ni lo cuenta, porque el airbag no le salta, y el golpe ha sido terrible". Pero saltó. Saltó incluso el del asiento del acompañante, y lo hizo con tanta virulencia que dejó hecho añicos buena parte de la luna delantera.
No hubo que lamentar víctimas, ni siquiera heridos graves. Solo algunos esguinces y rasguños, que no es poco. Por eso, cuando los padres de Dori llegaron al lugar, sus miradas centelleaban con tanta emoción que llegué a sentir que aquel momento, trágico e incluso caótico, con tanta gente que iba y venía, resultaba para ellos de una intimidad casi dolorosa. Aquellos padres, al tener ante sí a su hija andando por su propio pie, que podía abrazarles y contarles entre lágrimas lo ocurrido, aquellos padres, decía, volvían a ver nacer a su pequeña por segunda vez.
Pasé buena parte de la mañana con esta familia -entrañable, por cierto, hasta lo indefinible-, ayudando en lo que estaba en mi mano, que era bien poco, y sobre todo, intentando no entorpecer en esa intimidad trágica que afloraba de vez en cuando ante la conciencia de lo que pude ser y afortunadamente no fue.
Hoy, Dori está mejor. Un par de semanas con collarín, pomadas y mucha tranquilidad, y estará repuesta por completo, con más ganas que nunca de comerse ese mundo que no podría seguir sin ella. También sus padres andan ya más tranquilos, aunque supongo que el corazón aún se les acelerará en ocasiones al caer la noche y planear sobre ellos el recuerdo de lo ocurrido.
Por mi parte, no puedo dejar de pensar en cómo la vida cambia con un simple chasquear de dedos. En cualquier momento, por cualquier razón, por cualquiera de esos "totales" que comentaba con Gabriel, el padre de Dori y María José: "total, por una cerveza...", "total, por diez kilómetros más...", "total, por no llevar el cinturón de aquí hasta allí...", “total, por…”
Y es que a la Muerte nunca la ves venir. Es muy lista, la hija de perra. No luce túnica negra con capucha ni alza su guadaña al aire. Va vestida de destino ansiado al final de la carretera, de reloj que marca tarde la hora de llegada al trabajo, de sorbo de alcohol inocente antes de volver a casa, de discusión absurda que se enardece por momentos...
El domingo, cuando celebré con la familia de Dori que la chica volvía a nacer, volví a ser consciente de todas esas cosas por las que vale la pena vivir. Y vivir de verdad, a fondo, cada instante, disfrutando de las mil y una maravillas que tenemos ante nosotros, desde la belleza de una puesta de sol a la compañía del mejor de los amigos. Hay que vivir la vida con tanta intensidad como podamos, pero sin caer jamás en el error de darle cualquier excusa a esa pequeña bastarda de ojos vacíos que anda siempre acechando, esperando para entrar en acción.
Te pasaste de lista esta vez, Muerte. Johnny, ¿haces los honores?
8 comentarios:
Jo, Javi... estoy a puntito de echarme a llorar de emoción, aquí mismo en el trabajo y delante de mis jefes.
Gracias por lo que escribes, pero gracias, sobre todo, por estar ahí. No te imaginas todavía lo que supuso tu ayuda para nosotros.
M.
Vaya por Dios, no quería yo ponerte en situación tan delicada, jeje.
Y te lo aseguro, no te imaginas lo que supuso para mí poder ayudaros.
Dios... acabo de enterarme leyendo esto. Me alegro de que todo quedara en un susto. Un abrazo para todos.
Me he enterado hace unas horas hablando con Javi por teléfono ... ¡joder! espero que tu hermana se recupere del suceso lo más pronto posible ... aunque no la conozca personalmente, dale muchos besos y abrazos de mi parte y de Ali. Cualquier cosa que necesites [Meriyou] por aquí me[nos] tienes.
¡Besos!
Gracias Javi. Desde el principio.
Insisto, Gabriel: no se merecen.
Cosas como ésta le hacen pensar a uno...
Me alegro por el final feliz. Un saludo a todos!
Gracias, Dino... ¡Digo, Kinezoe!
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