¿Cuántos disparos son necesarios para robarle la vida a un hombre? ¿Cuántas descargas precisan el odio y la sinrazón para quedar saciadas? En el caso del cantautor chileno Víctor Jara, fueron 44 los proyectiles recibidos. Una humillación sin fin del ser humano, hablo de los propios verdugos, en su búsqueda del dolor más allá de la muerte de aquel enemigo al que querían hacer sufrir de la peor manera y por encima de cualquier consideración. El horror. El terror.
Ocurría el 15 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, centro deportivo transmutado en sala de matarifes. El cantante y director teatral, autor de letras como El derecho de vivir en paz o Te recuerdo Amanda, se había convertido en un enemigo encarnizado de la derecha más reaccionaria -¿acaso no lo es siempre?-, y había hecho gala mejor que nadie de aquella leyenda que Woody Guthrie pegó en su guitarra: Esta máquina mata fascistas. El presidente electo, Salvador Allende, encontró en Jara a uno de sus principales colaboradores (porque cuando la sociedad necesita un cambio, los artistas también deben implicarse), y por eso, cuando Pinochet y los suyos se hicieron con el poder, pusieron sus nombres en lo alto de la lista.
A Allende lo suicidaron. A Víctor lo hicieron pasar por horas de inenarrable tortura, arrancándole la lengua, triturándole los dedos con las culatas de los fusiles; en definitiva, las armas que empleaba para luchar contra el fascismo. Pero ya dijo alguien años antes que por la imposición de la violencia se vence, pero no se convence. Y así, treinta y seis años después, Víctor Jara es continuamente recordado y homenajeado, mientras el nombre de los verdugos es ocultado con temor y vergüenza.
Pero el caso ha dado un giro radical en los últimos días. La Justicia chilena está procesando a varios militares implicados en el salvaje asesinato. Al mismo tiempo, con objeto de arrojar mayor luz sobre el caso y poder llevar a cabo una investigación detallada, ayer se llevó a cabo la exhumación del cadáver del artista.
Sí, no cabe duda, estoy seguro, que los mismos que aplaudieron su muerte, hoy menearán la cabeza al leer la noticia en la prensa; suspirarán, y dirán: "¿Por qué no dejarán descansar al pobre en paz? ¿Qué se gana con remover el pasado? ¿Por qué no dejarán ya tranquilos a los muertos?" Uy, creo que no me ha salido el acento chileno. Tal vez sea porque pensaba que eran españolitos los que hablaban. Porque, después de todo, allí en Chile, como en España, creo que también debe haber mucho cínico y mucho hijo de... sus padres, que descansan tranquilos cada noche, con sus muertos bien en terrados y en paz, importándoles muy poco qué fue de aquellos miles de muertos y desaparecidos y de sus familias.
El olvido nunca es bueno, jamás. Es fundamental recordar, saber, conocer. Y entonces, con la verdad en la mano, se juzga, se perdona, se asimila... Pero no se puede enterrar el pasado. Porque el día menos pensado se nos sientan a la mesa los fantasmas del terror exigiendo su plato de venganza.
1 comentario:
Jordi Sierra i Fabra lo recordó en su libro "Víctor Jara,reventando los silencios", publicado por SM
Fue brutal lo que le hicieron, pero siempre nos quedará su música para no olvidarnos de él.
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