viernes, 20 de febrero de 2009

Juncal (a vueltas con el arte y los sombreros)

Ayer hablaba sobre el arte de llevar bien un sombrero, y eso me trajo a la memoria un personaje de ficción que también sabía darle su toque justo a la prenda. A ésa, y a cualquiera a la que echara mano. De esos “hombres de antes”, que hacían lucir un terno ya fuese éste de saldo o de la más prestigiosa sastrería.

Hoy, este humilde literato metido a empresario por un día, tiene el placer de presentar “al otro lado del río y entre los árboles”, a una de las grandes figuras del arte español: José Álvarez, Juncal, matador de toros.

Tomó la alternativa en TVE en el año 1985, como capítulo independiente de la serie Cuentos Imposibles, de Jaime de Armiñán. Tanto éxito obtuvo la historia de este viejo diestro, renqueante, pícaro y de buen corazón, que tres años después se estrenaba una miniserie de siete capítulos donde se narraban con más detalle las andanzas de los últimos años de este maestro.

José Alvarez, Juncal, fue un matador de toros de corto recorrido allá por los años cincuenta y sesenta. Una grave cornada le dejó cojo e inútil para el toreo. En la plenitud de su gloria contrajo matrimonio con Julia Muñoz, rica y culta cordobesa, de familia tradicional, que se encaprichó del diestro más por su apariencia que por sus virtudes. La unión fue breve, y Juncal la abandonó dejándola con dos hijos. Solo y sin dinero, el matador tullido se instala en Sevilla, donde se encuentra con Teresa Campos, su amante de toda la vida, y su amigo Vicente Ruiz, Búfalo, un limpiabotas con popular don de la palabra. Para Juncal, lo más importante en la vida son los toros y las mujeres, mientras sobrevive dando sablazos a extraños y amigos. Pero un día el destino lo pone en el camino de su propio hijo, novillero de moda, rico y poderoso, y a través de él, el anciano ve la posibilidad de reencontrarse con el mundo de los toros y de sacar así toda la esencia al poco tiempo que le queda.

Para lidiar con semejante guión, plagado de diálogos brillantes, situaciones divertidas y otras de gran dramatismo, Jaime de Armiñán contó con una cuadrilla de domingo de Resurrección: Fernando Fernán Gómez, Manuel Zarzo, Emma Penella, Lola Flores, Cristina Hoyos, María Galiana, Beatriz Carvajal, Alexander Allerson, Alexander Kerst... Y al frente de todos, Paco Rabal y Rafael Álvarez El Brujo como Juncal y Búfalo. Vestido de purísima y oro el primero, grana y oro el segundo, los dos se metieron a la audiencia en el bolsillo sin que nadie se lo esperara.

¿Una serie tan costumbrista en esa España tan moderna, tan de la Movida? ¿Toreros, flamenco y galanterías con las mujeres? ¿Quién iba a tragarse eso con lo modernísimos que éramos? Pues ahí estaban, como Quijote y su Sancho, como Rinconete y Cortadillo más bien, Juncal y Búfalo —que así serán por siempre recordados Rabal y El Brujo—, esperando a Porta Gallola a la audiencia nocturna. Y una noche tras otra la fueron conquistándola con unos naturales por aquí y una verónica por allá, alguna chicuelina bien plantada y un pase de pecho de los que hacen crujir las tablas para rematar la faena.

Fueron sólo siete capítulos de una hora cada uno, con un presupuesto de cuatrocientos millones de pesetas y seis meses de rodaje. Y cuando la cosa finiquitó, cuando Rabal entró a matar, de cerca y hasta la empuñadura, la audiencia pidió oreja y rabo.

Veinte años después, Juncal permanece como una de las grandes producciones de la historia de la televisión en España. Y en lo que a mini series se refiere, probablemente siga siendo la mejor. No es que haya aspectos que puedan criticarse, sino que casi no hay ninguno que pueda dejar de alabarse. Incluso el punto más flojo, el mal doblaje de un par de actores extranjeros, se perdona sin pudor ante el entrañable trabajo de ambos intérpretes.

Es Juncal una serie que, como el buen cine clásico, teje una gran historia a base de pequeños relatos, retales de la memoria de unos y otros personajes. Porque eso es, al fin y al cabo, la vida: pequeños episodios que nos van sucediendo. Armiñán logra con maestría dotar de credibilidad a cada uno de los personajes, regalándoles a la mayoría diálogos y muletillas que habrían de quedar en el recuerdo, y que sin duda ayudaban a forjar con mayor detalle el perfil de unos seres humanos anclados firmemente a la realidad.

“Es que a mí no me gustan los toros”, dirá el pesao de siempre. Mira éste, y quién está hablando de ir a ver una corrida. ¡Hablamos de una serie de televisión! Más aún, ¡hablamos de una película de siete horas! Y en ella, los toros, no son más que una metáfora. ¡Lo que hubieran dado John Huston o Sam Peckinpah por tener entre las manos una historia como la de José Álvarez, Juncal!, uno de esos eternos perdedores que hablan directamente al corazón de los hombres. Igual hubiera dado que en lugar de torero hubiese sido boxeador o vaquero en los albores del siglo XX.

Bueno, igual… igual, tampoco. Porque en esos casos hubiera faltado ese salpimentado fundamental en esta serie que es el arte. El arte encerrado en una media verónica o en unos cambiados, en el trote de un alazán, el arte que se mueve por las plazas y callejas de Sevilla... ¿Que qué es el arte? ¡Mira éste! Si yo lo supiera me dedicaría a escribir letras flamencas. Ese arte es algo especial, que se siente o no se siente, que se tiene o no se tiene. Y no hay más que hablar. Ese arte es lo que impulsa a Juncal a pararse cada mañana ante la Real Maestranza, quitarse el sombrero, y saludarla con un “¡Buenos días, reina mía!”

Empiezo el repaso de momentos inolvidables de la serie con una escena que hay que ver porque sí, y de ahí que la pongo la primera. Luego, si quieres, apaga y vete. Pero ésta hay que verla, porque es una lección interpretativa de principio a fin. El viejo torero recordando sus días de gloria mientras el amigo limpiabotas, al que ni siquiera puede pagar, evoca una de sus grandes faenas. Sí, tú también, al no le gustan los toros; no dejes de ver este lance entre Rabal y El Brujo, porque esto es arte de verdad y no la mano de pintura que le echaron al techo de la Sixtina.


A continuación, una muestra de una de esas costumbres ya en desuso en estos comienzos del siglo XXI, y que Juncal seguía cultivando sin pudor con esa gracia que Dios le dio: el piropo.


El tercer corte recoge un momento de la primera cena entre el viejo matador y una extranjera a la que corteja en Córdoba. Él está con ella como un chiquillo, hasta que la dama pone mala cara al saber de su gran pasión. Entonces, Juncal le explica cómo todo en este mundo fue creado alrededor del mundo de los toros, incluidas las mujeres.


La última selección muestra a un Juncal decidido a cumplir el acuerdo al que ha llegado con su exmujer: si logra que su hijo deje los toros, Juncal podrá volver a casa. Pero en cuanto el diestro empieza a hablar de los viejos tiempos y a ver a su hijo preparándose para vestirse de luces, la pasión le puede, y decide desistir.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hablábamos el otro día del excepcional monólogo de Spencer Tracy en "Adivina quien viene esta noche". No creo que tenga nada que envidiarle el del último video que has puesto.

Excepcional post amigo. Realmente impresionante tu capacidad a la hora de expresar los sentimientos de este "looser" patrio que habría hecho las delicias [como bien comentas] de un Peckinhpah o un Huston.

¡Felicidades!

Javier Márquez Sánchez dijo...

Muchas gracias, don X

Teo Palacios dijo...

No he visto JUNCAL, lo reconozco. Pero otra serie maravillosa de aquellos años es CAÑAS Y BARRO, una adapción fantástica de otra fantástica novela.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Pues hay que verla, Teo. Le acabo de pasar la serie Mr. X que quería revisarla, pero luego tienes que echarle un vistazo tú. No te defraudará...

Anónimo dijo...

¿Y tú preguntas que es arte? Me lo pones a huevo (perdón), adaptando una de las rimas de Gustavo Adolfo Becquer te digo
¿Que qué es arte?
Y tú lo preguntas
arte eres tú.
Lo demuestras en cada uno de tus artículos, el de El Juncal, muestras todo el arte en que, usando tus palabras, es sentir lo que escribes y tú lo sientes en cada una de las líneas, muy bonito, me ha encantado, lo has bordao.

En cuanto al artículo sobre el sombrero, muestras la sensibilidad, el cariño y el buen hacer de una persona que ha podido disfrutar de las vivencias de sus mayores, cosa que no es facil de encontrar, personas que asimilen y expresen esas vivencias, por todo ello haces que los que estamos a tu lado nos sintamos orgullosos de tí, perdón por expresarme así en un foro abierto como este, no soy neutral.

Javier Márquez Sánchez dijo...

jejeje. Me huelo yo quién es este anónimo... o anónima, a quien espero leer mucho más por aquí.

Precisamente estos sitios están, o al menos el mío, para que todos nos expresemos según nos dicta el corazón, que es sin duda la mejor manera de hacerlo.