lunes, 2 de febrero de 2009

O lo hacemos bien o tiramos el Goya al río

Los Goya, a estas alturas ya todos lo tenemos claro de la de veces que lo han repetido en los anuncios, son la gran fiesta del cine español. ¿Cuál es el objetivo de estos premios, como el de los Oscar o los César franceses? Ante todo, promocionar el producto nacional, darlo a conocer. ¿Realmente importa que este director sea mejor que el otro o aquélla fotografía mejor que ésa? Eso sólo sirve para que el público se entretenga y le llegue mejor el mensaje de fondo: “los del cine español somos una gran familia, unida, divertida y creativa, y necesitamos que vayáis a ver las películas para que podamos seguir haciéndolas”.

Y eso está muy bien, así es en todos lados. Pero claro, teniendo eso en cuenta, uno se para a pensar y se pregunta: ¿entonces, lo que vi ayer en la gala es lo más representativo del cine español? Y no lo digo por la presentación a cargo de Aída, digo Carmen Machi -que ya puestos a lo zafio, podían haber fichado a los de Matrimoniadas al completo; menos mal que los chavales de Muchachada nui salvaron el paño-, ni porque las películas que pasaran fuesen malas; en absoluto. Lo digo porque la selección de cintas fue más bien cortita. ¿Eso es lo más destacado del cine español de 2008? ¿Cinco o seis películas que se repetían una y otra vez?

Y el único que dijo lo que había que decir al respecto fue ese señor en silla de ruedas que recogió el premio honorífico. Ese venerable anciano de gesto esperpéntico al que conocen y homenajean en Italia, Alemania o Francia, pero que aquí, en su tierra, ha sido persistentemente ignorado desde siempre. Don Jesús Franco se llama -Jess Franco para las versiones internacionales-, y ha rodado más de doscientas películas. Bueno, pues el señor Franco dijo que él dejaba los discursos para los políticos -en clara alusión al ministro de Cultura, que había anunciado, y no era un gag de la gala, que 2009 iba a ser un gran año para el cine español-, y se centró en animar a y pedir apoyo para los cientos de jóvenes que andan con su primera película en la mano buscando alguien que apueste por ellos.

Y eso es lo que hace falta por estas latitudes, apostar por cine español entretenido y prometedor. ¿Que por qué va mal el cine español, que por qué no gana un duro y el espectador medio lo rechaza? La gala de ayer fue una gran metáfora de la realidad de la industria: la gran triunfadora fue un drama sobre una niña que las pasa de todos los colores por culpa de “los cuervos” del Opus Dei; la gran perdedora, una historia ambientada en la guerra civil sobre un curita con los ardores propios de la edad y un perseguido que malvive escondido. Ante la crisis, ¡vete al cine a olvidar penas!

¿Hablamos de los actores y actrices que ganaron? Esos fueron los momentos más patéticos, una bajada de pantalones en toda regla en un quiero y no puedo pero tengo que lucir. ¿Habrá actores y actrices buenos en las películas presentadas? Pues no, dan los premios a Benicio del Toro y a Penélope Cruz. Que sí, que a mí me parece que ambos lo bordan en sus respectivos trabajos, pero presentar Che, el argentino, y Vicky Cristina Barcelona como cine español porque haya cuatro perras invertidas es como mezclar en un ciclo Las que tienen que servir y Dr. Zhivago porque ambas se rodaron en Madrid. Hombre, un poco de seriedad. ¿Qué pasa? Pues que los fotógrafos ayer tenían el dedo más caliente que el cenicero de un bingo. Pero eso no es premiar al cine español, sino crear ilusiones de lo que no es. Y lo triste es que aquí sobran películas y actores de calidad y con gancho. Pero ya se sabe que al españolito medio siempre le ha gustado más el producto de importación.

Y frente a todo esto, ahí está Los crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia, que pasó sin pena ni gloria. A esa película le ha ocurrido lo que a Kubrick con 2001. Una odisea del espacio (salvando distancias, of course). Muchos especialistas se llevaron las manos a la cabeza cuando no fue nominada al mejor maquillaje, y es que la mayoría de los académicos no se dio cuenta de que los monos del principio eran hombres disfrazados, y no simios de verdad. Y Los crímenes de Oxford le ha quedado tan inglesa a Alex de la Iglesia -como requería la historia-, tan entretenida, tan sofisticada, que uno la ve y se dice que eso es puro Hollywood de principio a fin, pero del bueno, del refinado. Pero no, es española. Así que, como ahí no hay botijos, ni chistes zafios, ni dramas sobre la dimensión del ser humano, ni nada por el estilo, los académicos habrán dicho: “a ésa que la premien en otro sitio”.

La ironía viene cuando uno observa que, de todas las películas presentadas ayer es la de Alex de la Iglesia la más equilibrada. Es decir, que es una película más que correcta en su factura técnica y artística, pero además resulta tan entretenida que ha resultado rentable en taquilla. Porque el cine, además del séptimo arte, es un negocio que mueve un montón de millones. El problema es que cuando a uno no le duelen esos millones, lo mismo le da ocho que ochenta. Y no puede ser.

El cine español debe estar apoyado por el Estado, pero no ser el niño tonto, que recibe y nunca da. No debemos pedirle a los directores que hagan nuevas versiones de Los Bingueros, pero sí potenciar un cine que, además de calidad, seduzca al público. Y para eso no hacen falta tiros. Solo talento, ganas y menos ego.

3 comentarios:

Arwen Anne dijo...

yo estoy de acuerdo contigo, que quieres que te diga, estoy de acuerdo en todo, y sobre todo, destaco la última parte "para eso no hacen falta tiros. solo talento, ganas y menos ego"

besos

Patti dijo...

¿De verdad merece este "séptimo arte" que todas las becas del ministerio de cultura se inviertan en subvencionar a productoras¿ Luego me vuelvo anti-cinéfila pero es que... En España la cultura se utiliza para promover patrotismos, principalmente, y por eso gusta tanto que Nadal gane premios en el extranjero, o que Bardem sea reconocido por los yankis. Al final, todo entra dentro del mismo saco.
En fin. Habrá que ponerse a escribir guiones, Javi.

Un abrazo.

Capitán Nadie dijo...

En mi opinión, las becas y ayudas tendrían que ser para los nuevos. Los demás, ya tendrían que volar solitos. Creo que hay que marcar límites entre política y arte cuando se trata de sufragar costes, o al final, perdemos todos. Sobre todo los que amamos el cine.