Los Goya, a estas alturas ya todos lo tenemos claro de la de veces que lo han repetido en los anuncios, son la gran fiesta del cine español. ¿Cuál es el objetivo de estos premios, como el de los Oscar o los César franceses? Ante todo, promocionar el producto nacional, darlo a conocer. ¿Realmente importa que este director sea mejor que el otro o aquélla fotografía mejor que ésa? Eso sólo sirve para que el público se entretenga y le llegue mejor el mensaje de fondo: “los del cine español somos una gran familia, unida, divertida y creativa, y necesitamos que vayáis a ver las películas para que podamos seguir haciéndolas”.
Y eso está muy bien, así es en todos lados. Pero claro, teniendo eso en cuenta, uno se para a pensar y se pregunta: ¿entonces, lo que vi ayer en la gala es lo más representativo del cine español? Y no lo digo por la presentación a cargo de Aída, digo Carmen Machi -que ya puestos a lo zafio, podían haber fichado a los de Matrimoniadas al completo; menos mal que los chavales de Muchachada nui salvaron el paño-, ni porque las películas que pasaran fuesen malas; en absoluto. Lo digo porque la selección de cintas fue más bien cortita. ¿Eso es lo más destacado del cine español de 2008? ¿Cinco o seis películas que se repetían una y otra vez?

Y eso es lo que hace falta por estas latitudes, apostar por cine español entretenido y prometedor. ¿Que por qué va mal el cine español, que por qué no gana un duro y el espectador medio lo rechaza? La gala de ayer fue una gran metáfora de la realidad de la industria: la gran triunfadora fue un drama sobre una niña que las pasa de todos los colores por culpa de “los cuervos” del Opus Dei; la gran perdedora, una historia ambientada en la guerra civil sobre un curita con los ardores propios de la edad y un perseguido que malvive escondido. Ante la crisis, ¡vete al cine a olvidar penas!

Y frente a todo esto, ahí está Los crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia, que pasó sin pena ni gloria. A esa película le ha ocurrido lo que a Kubrick con 2001. Una odisea del espacio (salvando distancias, of course). Muchos especialistas se llevaron las manos a la cabeza cuando no fue nominada al mejor maquillaje, y es que la mayoría de los académicos no se dio cuenta de que los monos del principio eran hombres disfrazados, y no simios de verdad. Y Los crímenes de Oxford le ha quedado tan inglesa a Alex de la Iglesia -como requería la historia-, tan entretenida, tan sofisticada, que uno la ve y se dice que eso es puro Hollywood de principio a fin, pero del bueno, del refinado. Pero no, es española. Así que, como ahí no hay botijos, ni chistes zafios, ni dramas sobre la dimensión del ser humano, ni nada por el estilo, los académicos habrán dicho: “a ésa que la premien en otro sitio”.

El cine español debe estar apoyado por el Estado, pero no ser el niño tonto, que recibe y nunca da. No debemos pedirle a los directores que hagan nuevas versiones de Los Bingueros, pero sí potenciar un cine que, además de calidad, seduzca al público. Y para eso no hacen falta tiros. Solo talento, ganas y menos ego.
3 comentarios:
yo estoy de acuerdo contigo, que quieres que te diga, estoy de acuerdo en todo, y sobre todo, destaco la última parte "para eso no hacen falta tiros. solo talento, ganas y menos ego"
besos
¿De verdad merece este "séptimo arte" que todas las becas del ministerio de cultura se inviertan en subvencionar a productoras¿ Luego me vuelvo anti-cinéfila pero es que... En España la cultura se utiliza para promover patrotismos, principalmente, y por eso gusta tanto que Nadal gane premios en el extranjero, o que Bardem sea reconocido por los yankis. Al final, todo entra dentro del mismo saco.
En fin. Habrá que ponerse a escribir guiones, Javi.
Un abrazo.
En mi opinión, las becas y ayudas tendrían que ser para los nuevos. Los demás, ya tendrían que volar solitos. Creo que hay que marcar límites entre política y arte cuando se trata de sufragar costes, o al final, perdemos todos. Sobre todo los que amamos el cine.
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