Un exhibicionista, en el mejor sentido de la palabra. Así era don Ernesto. Le encantaba posar. Orgulloso ante el atún que acababa de pescar, ante el león que había abatido, del brazo de una Ava Gardner demasiado joven para él o apurando el vino de una bota junto a su amigo Dominguín. Ernest Hemingway, el aventurero vividor, fue siempre la mejor creación del escritor de Oak Park. Cada vez que veía aparecer el objetivo de una cámara levantaba la barbilla, afinaba la mirada y se dejaba retratar mirando a la vida de frente, buscando el secreto de alguna nueva historia al otro lado del río y entre los árboles (jeje, con perdón).
Alguien dijo de Hemingway y de otros como él que el gran secreto de su narrativa estribaba, por encima del estilo, los diálogos o el ritmo, en que fueron autores que amaron la vida por encima de todo. “Para escribir sobre la vida, ¡primero hay que vivirla!”, proclamó el premio Nobel de 1954. Y nadie puede negar que durante toda su existencia se comportó fiel a ese principio. De hecho, fue la desesperación ante la vida que le deparaba su enfermedad y las consecuencias de dos accidentes de avión lo que llevó al escritor a pegarse un tiro en la madrugada del 2 de julio de 1961. “Bien hecho, amigo mío”, cuentan que fue la reacción del torero Juan Belmonte al conocer la noticia. Un año después, a punto de cumplir los setenta, fue el diestro quien se quitaba la vida de otro disparo.
Don Ernesto fue, además, el más presumido de sus compañeros de generación. Para constatar este dato basta echar un vistazo a las imágenes que se conservan de los otros dos grandes nombres de aquella generación perdida, Francis Scott Fitzgerald y William Faulkner. No sólo hay muchas menos fotos de estos dos literatos, sino que además, frente a las actitudes serenas de ambos, casi de retrato, las de Hemingway suelen presentar al escritor siempre en movimiento: disparando, pescando, corriendo, peleando, bebiendo, escribiendo.
La editorial Belacqua presenta ahora una interesante compilación de fotos y textos del literato en una edición de su amigo y también escritor A.E. Hotchner. La buena vida según Hemingway se titula la obra, y en ella se ofrecen numerosas opiniones del autor de El viejo y el mar sobre diversos temas, entre ellos la literatura, los deportes o las mujeres.
“Escribir y viajar, además de ensancharte las miras, te ensanchan el culo, así que prefiero escribir de pie”.
“Las carreras de coche, las corridas de toros y el montañismo son los únicos deportes de verdad... Los demás son juegos”.
“Cuando terminas un libro estás muerto. Pero nadie sabe que estás muerto. Lo único que ven es la irresponsabilidad que viene después de la terrible responsabilidad de escribirlo”.
“Cuando estoy trabajando en un libro trato de escribir todos los días menos el domingo. No trabajo los domingos. Trae muy mala suerte trabajar los domingos. A veces lo hago, pero igual da mala suerte”.
“Me gusta escribir de pie para bajar la tripa y porque de pie uno tiene más vitalidad. ¿Quién ha aguantado diez asaltos con el culo en la silla? Escribo las descripciones a mano porque me cuestan más y uno está más cerca del papel al escribir a mano, pero uso la máquina de escribir para los diálogos porque la gente habla como una máquina de escribir”.
Si algo sabía hacer bien Hemingway con sus palabras, escritas o habladas, era provocar. Allá donde se presentaba atraía para sí toda la atención, y si aún no había soltado ninguna de sus “perlas”, todos aguardaban con curiosidad, porque algo estaría a punto de caer. No tenía piedad, por ejemplo con sus compañeros de oficio. De William Faulker dijo: “Pobre Faulkner. ¿De veras cree que las grandes emociones vienen de las palabras grandes? Se cree que no conozco las palabras de diez dólares. Claro que las conozco. Pero hay palabras más viejas y simples y mejores, y son las que uso yo”.“Las carreras de coche, las corridas de toros y el montañismo son los únicos deportes de verdad... Los demás son juegos”.
“Cuando terminas un libro estás muerto. Pero nadie sabe que estás muerto. Lo único que ven es la irresponsabilidad que viene después de la terrible responsabilidad de escribirlo”.
“Cuando estoy trabajando en un libro trato de escribir todos los días menos el domingo. No trabajo los domingos. Trae muy mala suerte trabajar los domingos. A veces lo hago, pero igual da mala suerte”.
“Me gusta escribir de pie para bajar la tripa y porque de pie uno tiene más vitalidad. ¿Quién ha aguantado diez asaltos con el culo en la silla? Escribo las descripciones a mano porque me cuestan más y uno está más cerca del papel al escribir a mano, pero uso la máquina de escribir para los diálogos porque la gente habla como una máquina de escribir”.
Ya en 1985 salió al mercado On writing, una selección de textos y citas del literato, editada por Larry W. Philips, sobre los más variados aspectos del oficio de escritor, y ya en aquella ocasión el asunto trajo cola, porque si algo se le daba bien a don Ernesto era disparar comillas como si fueran cartuchos del doce.
“Siempre he podido conservar lo que he querido conservar. Nunca he llevado notas ni un diario. Tan sólo oprimo el botón del recuerdo y ahí está. Si no está ahí, es que no valía la pena conservarlo”.
“El mejor don de un escritor es un detector de mierda incorporado y a prueba de golpes. Es el radar de los escritores, y todos los grandes lo han tenido”.
“Sólo conozco dos reglas absolutas acerca de la escritura: una es que si haces el amor mientras estás atascado en una novela, corres el peligro de que las mejores partes se queden en la cama; la otra es que la integridad de un autor es como la virginidad de una mujer: cuando se ha perdido, no se recupera nunca”.
“El mejor don de un escritor es un detector de mierda incorporado y a prueba de golpes. Es el radar de los escritores, y todos los grandes lo han tenido”.
“Sólo conozco dos reglas absolutas acerca de la escritura: una es que si haces el amor mientras estás atascado en una novela, corres el peligro de que las mejores partes se queden en la cama; la otra es que la integridad de un autor es como la virginidad de una mujer: cuando se ha perdido, no se recupera nunca”.
La multitud de imágenes con la que está ilustrada el nuevo libro no sólo presenta al escritor disfrutando de alguna de sus actividades físicas favoritas sino también meditando o escribiendo. Hemingway cuidaba siempre mucho el lugar escogido para trabajar, ya fuese en su finca cubana o en su rancho de Ketchum. En este tipo de imágenes se le le puede ver pegado a su máquina de escribir, tecleando o tomando notas sobre manuscritos en plena corrección. Y sin duda, las instantáneas más curiosas son las que permiten confirmar que, efectivamente, muchas veces escribía de pie.
Sobre el arte y la profesión del escritor se ofrecen la mayoría y más jugosas de las sentencias compiladas, sin duda fuente de gran inspiración para los nuevos talentos. Dice Ernest Hemingway, por ejemplo, que no existen temas contemporáneos, que los temas siempre han sido el amor o su falta, la muerte y esa temporal evasión de la muerte que llamamos vida, la inmortalidad o falta de inmortalidad del alma, el dinero, el honor y la política. Del mismo modo, aclara que no hay reglas sobre cómo escribir.
“A veces la escritura viene fácil, perfectamente; a veces es como perforar una roca y luego volarla con explosivos. Desde hace mucho tiempo he intentado simplemente escribir lo mejor que pueda. A veces tengo suerte y escribo mejor de lo que puedo”.
Es evidente que muchas de esas frases lapidarias estaban guiadas por la necesidad del literato de cimentar esa imagen de escritor irreverente e incombustible, de ese personaje literario de su mejor obra que fue su propia vida. Hemingway el bravucón y pendenciero, quien por suerte no hizo muchas migas con el director John Huston, porque nadie sabe la que hubieran podido liar.
Hemingway soñó desde su juventud con escribir la gran novela americana, pero lo más cercano a la misma es su propia biografía. Además, tenía claro que de todas las intensas experiencias que le gustaba vivir, habrían de salir siempre historias nuevas y originales. “Uno debe repetirse una y otra vez como hombre, pero no debería hacerlo como escritor”, escribió en los años más felices de su vida, una epoca en la que también pensaba, como lo haría siempre, que “no hay amigo tan leal como un libro”.
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