lunes, 9 de febrero de 2009

El valor de ser felices

Hace un par de días fui a ver Revolutionary road, un peliculón de esos que ayudan a salvar un mal año cinematográfico -como fue 2008 y como se huele que será 2009-, con un trabajo brillante por parte del director, Sam Mendes, y dos actores en verdadero estado de gracia, Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. Está basada en una novela del mismo título del escritor Richard Yates, uno de los grandes de la literatura estadounidense de mediados del XX.

La película es como un mazazo en el alma. Termina, y te sorprendes incrustado en la butaca, aferrado a los brazos de ésta como si acabases de sufrir con la peor película de terror. Y es que, como decía Peter Cushing, las películas que dan miedo de verdad son las que reflejan los peligros reales a los que se enfrenta el ser humano. Y en el caso de Revolutionary road, la situación que plantea es tan habitual, tan popular, que era significativo ver cómo las parejas que estaban en la sala no dejaban de dirigirse miradas piadosas constantemente.

La película cuenta la historia de una familia feliz de esa gran clase media mundial: marido, mujer, niño, niña, casa, coche, trabajo aburrido, fiesta con los amigos los sábados por la noche, un poquito de lo que dijimos, lo justito, por no abusar... Estados Unidos, años cincuenta. Y de pronto, ella se propone romper la rutina. Ambos han planteado su vida según lo que se suponía que debían hacer, y para conseguirlo han dejado en el camino un buen puñado de sueños sin cumplir y otros muchos para los que ni siquiera han tenido el tiempo necesario para soñarlos. La pareja decide entonces cambiar de manera radical su vida, replantear ésta de arriba a abajo, y ser realmente felices haciendo aquello que siempre han deseado.

Y hasta aquí puedo leer, que diría Mayra, porque si no, me cargo la historia El caso es, como decía, que sales de la película hecho polvo planteándote ese tipo de cosas amargas para las que se inventaron el fútbol y el programa de Ana Rosa;, para que nadie pensara en ellas. ¿Hasta qué punto elegimos nuestra vida y en qué medida la elección está condicionada dentro de unos parámetros? ¿Cuán libre somos con una hipoteca, dos préstamos y quince recibos mensuales que pagar? ¿A cuánta gente conocemos con la capacidad real de decir "no soy muy feliz últimamente, creo que voy a ver si cambio de aires..."? Más aún, ¿A cuánta gente conocemos que dedica su vida a algo que realmente le gusta, y no malgastará más de un tercio de su paso por este mundo en un trabajo que le resulta indiferente?

Ramírez, ¿está listo el informe?... ¡A ver cuándo revisamos las cuentas de este cliente!... El martes, reunión para los balances del trimestre... Se ha terminao la tinta de la impresora... ¡Rebolledo, que estamos a quince y aún no tenemos respuesta de Urbanismo!... García, comprueba el firewall del boss porque dice que el software sigue fallando con el nuevo hardware. ¿Ha probado a encender la pantalla?... ¡Hay que repetir este dossier de la central, que los encabezados están mal, se ha puesto grupo de comunicación y ahora tenemos otro nombre! Eso para el jueves. Nada de eso, Santos, que tenemos Junta de accionistas. Pues yo iba a ir al fútbol. Pues ya no... Bernal, ¿te has enterao de que los de la quinta planta han acertao con la quiniela? Claro, ellos tienen suerte, como son los jefes... Álvarez, ¡cómo te mira la secretaria, tunante! ¿No me va a mirar, si me dejó veinte euros y todavía no se los he podido devolver...?

Y oye, que no es que esté tan mal lo de trabajar en la consejería de Innovación o Medioambiente, en la tienda de informática o el departamento de ventas de Sony. La cuestión es si eso era a lo que soñábamos que dedicaríamos nuestras vidas cuando paseábamos por el parque de la mano de alguna niña de mejillas sonrosadas, a la que tanto hablamos de las ciudades a las que queríamos viajar, de las aventuras que queríamos vivir. Y al final, esas ciudades quedan cada vez más lejos. Y total, para ir a Bombay, mejor Madrid, que con el AVE te presentas en un momento y a los niños les regalan caramelos. Además, quién quiere ser ya Kim de la India...

Anoche, pensando en la mentada película, recordé un título español de hace treinta años que plantea una situación muy similar, aunque con una voz menos amarga y un mensaje más optimista. Se trata de Las verdes praderas, de José Luis Garci, que venía a reflejar el aburguesamiento de esa nueva generación de españoles que, tras vivir en las tinieblas franquistas, se enfrentaba a una imprevista y moderada prosperidad que, obligados por narices a disfrutarla, terminaba por asfixiarles. Tal como dice el personaje de Alfredo Landa -en uno de sus mejores papeles-, al final pasan los años y, cuando nos damos cuenta, resulta que hemos viviendo para el banco, para el Corte Inglés, para Zanussi, para Panasonic, para la Renault... y para la madre que los parió.

Que no nos engañen ni los sueños de unos, ni las frutraciones de otros, ni la omnipresente publicidad. No hace falta ser notario ni director de sucursal, ni necesitamos una tele nueva, ni otro coche, ni un ascenso, ni la Wii, ni que nuestro equipo gane la Copa, ni que bajen los tipos de interés. El fondo de la cuestión, la esencia de la misma, es que, para ser felices, lo primero que hace falta es que queramos serlo, pero de verdad. Y que luchemos como gato panzarriba por conseguirlo. Debe darnos igual lo que otros digan y piensen, porque cuanto más libres nos sintamos de actuar como queremos, más seremos una amenaza para quienes nunca se han atrevido a obrar así. Pero que salga el Sol por Antequera, y que nostoros disfrutemos de ese nuevo amanecer desde la colina más alta que podamos encontrar.

4 comentarios:

Ali Momentos de Evasion dijo...

La cuestion es aprender a ser felices con lo que tenemos. Pero para eso, debemos dejar de desear, (se parece un poco al Nirvana del hinduismo)
Y sin deseos, creo que todos dejamos un poco de ser humanos.

Arwen Anne dijo...

nos merecemos ser felices, pero no siempre lo logramos, bien por los demás, o bien porque no damos nuestros pasos como debemos

besos

Teo Palacios dijo...

Hermoso mensaje: sé lo que quieres ser. Me recuerda a algo que se comentaba hace unos días por mi blog.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Bueno, a fin de cuenta eso es madurar, a lo que nos han contado siempre que s madurar... conformarse con lo que la vida nos da...creo que la única forma de escapar al engaño es ser libre en nuestra manera de pensar.