jueves, 5 de febrero de 2009

Benditos malditos (I): Silvio, el cantaor rockero

Un perdedor es el que tiene ansia, y un ganador, el que tiene suerte.
Silvio








Gastaba los apellidos Fernández Melgarejo, pero en Sevilla, en los andurriales musicales, se le conocía solo por el nombre. Alguien decía “¿Has escuchado la que ha montado Silvio en Granada?”, y no hacía falta decir más. Era el califa del rock’n’roll, el Charles Bukowski de de los escenarios, un batería metido a cantante y alzado a la categoría de profeta de final de milenio en la recién estrenada democracia española. Un señorito ácrata con maneras de vagabundo, o al revés.

Se casó con una rica heredera británica, con una familiar de lores, ladys y bizcondes. La abuela de ella era íntima de la reina madre. Tuvieron un hijo y estuvieron juntos los meses necesarios para que ella se diera cuenta de que a Silvio no había quien lo metiera en cintura. Si antes se iba de juerga al bar de la esquina en la calle Niebla de su barrio de Los Remedios, ahora cogía un avión con los amigos y se presentaban en cualquier ciudad de Europa. La dote del suegro corría con los gastos. Porque como en aquellos días las mujeres no podían hacer gestiones bancarias, Silvio se encargaba de ir a retirar los fondos que le enviaba la familia. Y unas veces volvía con ellos a casa y otras no. Dicen que cuando ella se marchó, con las perras que le quedaron a Silvio montó un bar en la Costa del Sol, donde habían estado viviendo. Nadie pagaba nada, todos invitados. Cuando se acabó la última botella cerró el chiringuito y volvió a Sevilla.

Un “rockero semanasantero”, así lo definió Jesús Quintero en una entrevista. ¿O era al revés? Con Silvio siempre había más de una manera de ver las cosas. Porque también dicen que la vida era demasiado para Silvio y por eso bebió y bebió hasta que reventó en 2001, a los 56 años. Pero no fue así. Más bien ocurrió que Silvio era demasiado para la vida, que no estaba acostumbrada a que alguien le marcase el ritmo de aquella manera; y se lió, tropezó, y se quedó atrás, dejando a Silvio más solo que la una.

Silvio fue demasiado para la vida y también para Sevilla. Porque si España es un país conocido por maltratar a muchos de sus artistas, Sevilla es ya el templo del despropósito. Para triunfar en Sevilla y que te guarden en la memoria no hay más opción: o te alineas con los que aman a la ciudad o con los que la odian. Y por supuesto, te comportas de acuerdo con esa postura. Y así, unos sevillanos recuerdan al Pali mientras otros homenajean a Triana o Alameda.

Y en eso llegó Silvio, el rockero que metía ritmos procesionales en sus canciones; el que gritaba en sus conciertos “¡Viva España, viva Sevilla y viva la Benemérita!”, y se paseaba arriba y abajo con el micro en alto como si fuese el bacalao de cualquier cofradía; el que escribió que cuando el rey Don Fernando conquistó Sevilla, lo primero que preguntó fue “¿Dónde está mi Betis?”; el que tuvo los arrestos de coger un clásico soul como el Stand by me de Ben E. King y convertirlo en Rezaré, un canto incondicional de amor mariano que, para remate del melodrama, iba dedicado a las vírgenes de cabecera de la ciudad (Amargura, la Estrella, La O, el Amor, Macarena, Trianera...). Por cierto, que Enrique Bunbury recuperó este tema en su pasada gira de 2008, ofreciendo un sentido homenaje al rockero, y la estrenó a su paso por Sevilla. Lo triste es que el zaragozano tuvo que explicar al respetable quién era el autor en cuestión, porque salvo honrosas excepciones, pocos conocían, entre esos miles de asistentes, a su legendario paisano.

En una de las varias entrevistas con Jesús Quintero, el periodista le preguntó por los papas -no las papas- y Silvio respondió: “¡Hombre, ese Pío XII...! Y Juan XXIII... y Las Candelarias... y El Cachorro... ¿Hay que tener arte o solo ser un poeta callejero tocado por el alba sevillana? Así, coñac en mano, sin el reposo del puchero, el rockero hilaba a los papas con los barrios de la ciudad, y éstos con sus cofradías. Silvio era tan sevillano que hasta seducía a los sevillanistas más requetés, como Antonio Burgos, al tiempo que era tan rockero que llegó a tocar con los Smash, que también habrá vecinos que no los conozcan, aunque fueron un grupo capital en el rock español de los setenta y surgieron ¿dónde? Pues sí, señor, en Sevilla.

Pero Silvio no se casaba ni con su padre, no atendía a razones, ruegos ni favores. Y si hoy había que callarse y no decir esta boca es mía, él cogía y lo gritaba; y si mañana había que ir en chándal, él se presentaba encorbatado. Silvio nunca rompió un molde, porque nadie fue nunca capaz de encajarlo en ninguno.

Ahora, cuando algunos lo recuerdan, unos se quedan con la anécdota de su alcoholismo, del esperpento de sus últimos años, de las correrías de su mediana edad. Pero eso no es justo, ni para él ni para la ciudad a la que tanto amó y que, con actitudes como ésa, acabamos enterrándola siempre en el inmovilismo más doloroso. Si Silvio hubiese nacido en Barcelona, o hubiese emigrado a Madrid como Sabina o tantos otros, hoy lo conocería más gente, estaría en recopilatorios y documentales, y lo citarían como bohemio canalla. Pero ya se sabe que el amor es ciego, y él amaba a Sevilla tanto como al rock’n’roll. Y por eso se quedó. Pero en esta Sevilla del nuevo milenio ya no hay bohemios canallas, solo borrachines con gracia. Y aunque en Triana ya exista la calle Rockero Silvio, muy pocos jóvenes han oído hablar alguna vez de uno de sus paisanos más ilustres.

Silvio lanzó su primer disco junto a Luzbel, en 1980, y sacaría cinco discos más en los siguientes veinte años, junto a Barra Libre (1984), Sacramento (1988 y 1990) y los Diplomáticos (1999). Solo seis álbumes en dos décadas, pero un millón de actuaciones tras ellos. En 1993 fue el primer músico español en recibir la Medalla al Mérito Rockero. El cardenal Amigo Vallejo, Curro Romero, cantaores flamencos de renombre y colegas como Miguel Ríos, Luz Casal o Joaquín Sabina se declaran incondicionales de su arte.

Silvio fue la Movida sevillana, se las bastó solito, y le echaba la pata a la madrileña en cualquier momento. Lo suyo era un mito. Había gente que se recorría el país entero para ir a verlo, porque no se acababan de explicar qué era lo que podía ofrecer aquel hombre, con más pinta de cantaor de flamenco que de rockero, para que sus fieles hablasen de él como lo hacían.

Y entonces Silvio subía a escena y empezaba a cantar. Y cantaba rock, y blues, y soul y flamenco; y cantaba en español, en inglés, en italiano y en francés. Y gritaba, y reía y bailaba. Terminaba el show y uno no sabía si había estado en un concierto o en un espectáculo de performance; lo que tenía claro era que nunca había visto algo igual. Y al final, sonaba en el recuerdo aquello que escribió un crítico americano sobre Lola Flores después de verla sobre las tablas: “No canta, no baila, no se la pierdan”.

Este primer vídeo pertenece a una de las muchas entrevistas que le hizo Jesús Quintero, cuando Silvio ya había acelerado su descenso a los infiernos. En ella se escucha íntegro el tema Rezaré, posiblemente el más conocido de cuantos grabó.


La segunda canción, Marguerita Margueró, es mi favorita. Un blues que es puro soul, en el que se habla de tapas y de cerveza. Apenas son cuatro versos, y con ellos, un Silvio ya entrado años hacer arder el escenario para deleite, seguro, de Janis Joplin, Otis Redding y tantos otros que lo estarían viendo desde el balcón de las estrellas de aquella noche sevillana. Por algo lo apodaron la voz más negra del blues blanco. Para cerrar el círculo, resulta que el concierto fue junto a mi casa, en el parque Amate, lástima que por entonces, año 91, yo fuera aún un tierno infante.

El tercer vídeo es la entrega de la Medalla al Mérito Rockero. A destacar la escolta de motoristas; más rockera, imposible.

4 comentarios:

Capitán Nadie dijo...

Para empezar: Un post como la copa de un pino. Te lo curras Javi.
Aporto alguna cosilla.
Silvio se dejaba caer por bares cercanos a donde yo vivía con mis padres. La gente del barrio, por desgracia, no le conocía a veces por su arte, y es que Silvio, la verdad, las pillaba bien pilladas. Pero tenía fama de ser no, obstante, hombre correcto y educado... Y era mucho más.
Curro, alias "the Silver Barber", el entranable dueño de la peluquería SOLO ARTE, en la esquina de Virgen del Valle con Fernando IV, sí le conocía por lo que merece la pena conocerle, y yo le escuché decir en una ocasión, que Silvio había "prestado" mucho dinero sin esperar (por eso las comillas) a que nadie se lo devolviese.
La última vez que vi a Silvio, por desgracia para mi, no estaba en un escenario. Arrastraba los pies con dificultad saliendo de la peluquería de Curro, y éste le observaba con auténtico dolor en el rostro.
Tendrías que hacer una entrevista a Curro un día, Javi. Tiene cosas que contar del mundillo roquero de Sevilla.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Menuda historia, Capi. Eres una caja de sorpresas. Ya me contarás con más detalle cuando nos veamos.

Gracias por tu impagable aportación y un abrazo bien fuerte.

Anónimo dijo...

CONOCI A ESTE SEÑOR ,PORQUE FRECUENTABA EL BAR QUE ESTA DONDE TRABAJO Y ERA UN PERSONAJE DE LO MAS SINGULAR.ADEMAS DE SER UN GRAN ARTISTA SIN LA MAS MINIMA ARROGANCIA Y ENCIMA SEVILLISTA.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Vaya, con seguidores como éstos sí que gana interés un blog...