Autor: Cormac McCarthy
Editorial: DeBolsillo
Año: 2005 (original 1998)
Páginas: 280
Editorial: DeBolsillo
Año: 2005 (original 1998)
Páginas: 280
¿Comentario de otro libro? Pues sí, lo siento. Estos días de adaptación a la rutina no están siendo lo que se dice fáciles. Para colmo de males he tenido problemas con el disco duro del ordenador y arreglarlo me está robando más horas de las que soporta mi paciencia. Apenas he podido corregir un par de capítulos más de la novela. Pero en fin, de todo se sale.
Pues sí, como digo, ya que tengo la cabeza en mil cosas, se me ocurre seguir comentando libros que he disfrutado este verano. Ciudades en la llanura, de Cormac McCarthy, ha sido uno de ellos. Hacía tiempo que quería lanzarme a sus páginas, desde que me lo regalaron la pasada Navidad junto a las otras dos entregas de la Trilogía de la frontera: Todos los caballos bellos y En la frontera. Los que conocen a fondo la obra de este natural de Providence, Rhode Island, aseguran que es su momento de mayor esplendor (fueron escritas entre 1992 y 1998), antesala de las más populares No es país para viejos y La carretera, con la que ganó el Pulitzer el año pasado.
A McCarthy, todo hay que decirlo, lo conocía y apreciaba desde mucho antes que los Coen lo presentasen al gran público de manos de su laureada adaptación cinematográfica. Años atrás le regalé a mi abuelo Meridiano de sangre, y el pobre salió espantado de la lectura porque no se parecía en nada al tipo de novela de vaqueros que él prefería, estilo Zane Grey. Tonto de mí, ya. Meridiano de sangre es una obra dura y compleja, tanto en forma como en fondo. Una delicia, vamos.
Esta Ciudades en la llanura no es menos. En ella se reúnen los protagonistas de las novelas anteriores de la trilogía, Billy Parham y John Grady Cole, a los que vemos trabajar en un rancho a mediados de los años cincuenta, moviéndose entre la ciudad de El Paso y su reflejo mexicano, Ciudad Juárez. El primero es el mayor, y acaba ayudando en lo posible a su amigo cuando éste se enamora una prostituta mexicana con la que está decidido a casarse.
El autor se sirve de esos muchachos y sus amigos, y de los viejos que les acompañan, para reflexionar sobre el destino y la historia, la libertad y el papel de Dios en la vida de cada hombre; la culpa y el perdón. Además, como en cada obra de McCarthy, aparece de manera patente el conflicto entre los nuevos y los viejos tiempos. La cita con la que se cierra el libro es una buena muestra de esta inquietud:
Seré el niño que de la mano lleves
Y tú serás yo cuando sea viejo
El mundo se enfría
Se agitan las naciones
Aquí termina la historia
Pasa página.
El estilo de McCarthy es tan seco como el de Jim Thompson, y muy directo, sin guiones para los diálogos, con más puntos que comas; muy reflexivo. Algunas charlas aparentemente banales tienen en el fondo un papel crucial en la historia por las claves que aportan sobre los personajes, lo que le acerca a Hemingway y Faulkner.
Se dice que McCarthy no escribe sobre ningún lugar que no conoce, y que por eso sale con frecuencia de mochilero por Texas, Nuevo México, Arizona, y cruzando la frontera, por Chihuahua, Sonora y Coahila. Sea o no cierto, tiene el talento de evocar paisajes y escenarios sin la tediosa descripción interminable que roba ritmo e interés a muchas novelas.
Dejaré pasar unos libros más y después me lanzaré con La carretera. Creo que me gustará, aunque en ella ya no pueda desayunar en el rancho con Billy y John Grady mientras vemos la salida del sol.
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