Hace una semana, o casi, que no me dejo caer por aquí. Demasiado tiempo. Ya ni me acuerdo de la última vez que tuve desatendido el blog durante tantos días. Le echaremos al culpa a la crisis, seguro que cuela. Pase lo que pase estos días, échale la culpa a la crisis, que como a todo el mundo le afecta de algún modo, es difícil que te pongan en duda.
No sé si no he escrito por falta de tiempo, de ganas o de algo interesante que decir. Tal vez por las tres cosas, o quizá por ninguna de ellas. Después de todo, ¿qué es esto de escribir en un blog? Puedo pensar que lo que tengo que decir tal vez le interese a mucha gente, lo cual es mucho suponer, o sencillamente dármelas de cándido de la vida y plasmar mis monólogos interiores e inquietudes varias en este balcón de cara a la plaza del pueblo, sin deberos ninguna explicación, como alcalde vuestro que no soy.
Es curioso cómo todo se relativiza según la situación. Lo que hoy es importante mañana carece completamente de interés. Si estoy contento puedo levantarme ansioso por escribir mil cosas en el blog, y si mañana estoy abatido no alcanzaré a imaginar qué ha podido moverme a malgastar mi tiempo y el vuestro con tanta palabrería.
Mi padre me hizo pensar en algo interesante hace un par de semanas. Llevaba algunos días sin hablar con ellos, y cuando finalmente lo hicimos, me dijo que a pesar de todo sabía que estaba más o menos bien, porque había leído las últimas entradas del blog y me veía animado. Vaya, interesante... Así que el blog puede llegar a ser una suerte de termómetro anímico. Pues es verdad.
Así que ayer, lamentando de nuevo, entre otras cosas, el llevar días sin alejado de esto, me planteé que el hecho de no tener el ánimo para bailar rumba no implica que deje de escribir. De hecho, para un melancólico compulsivo como es mi caso, sería una gran contradicción que sólo diseñase entradas cuando estoy radiante de felicidad. Otra cosa, claro, es el miedo a resultar demasiado sincero, el miedo a que las entradas se conviertan en algo más personal, páginas casi de un diario íntimo. Pero, ¡qué puñetas! Arranco las que no me gusten y fuera.
De cualquier modo, sentado ante la pantalla esta mañana, tampoco se me ocurría como meterle mano al asunto. Así que recurrí a lo de siempre, al cine. A ese viejo amigo al que he amado con pasión durante años y al que he sido infiel en demasiadas ocasiones. A ese guía en los viajes más insospechados al que tiendo a volver cada vez que las cosas van demasiado bien o demasiado mal.
Películas para reír y para llorar, para disfrutar del amor y para recuperarlo, para imaginar el futuro que nunca será y revivir el pasado que no pudo ser, para reencontrarse con los viejos amigos y estrechar la mano de los nuevos; películas para descubrir secretos que son mentira y aprender de las mentiras que un día fueron verdad, para pasear por los rincones de ciudades que nunca serán como nos gustaría, para sentirse otra persona, como uno pudo ser o quiso ser o querría llegar a ser, a sabiendas de que es imposible.
“Una cosa es la vida, y otra mucho más peligrosa, el cine”. Pues sí, Valcárcel, don Horacio, tiene usted mucha razón. Y por eso, porque es menos peligroso y en ocasiones mucho más gratificante, yo tengo mi cine de cabecera para según qué momentos. Y esta mañana me animé a mirar en el Youtube si a algún pirado —como yo, pero aún más aburrido, tanto como para dedicarse a cortar y subir archivos— le había dado por seleccionar momentos de la película Solos en la madrugada.
Fue la segunda cinta dirigida por José Luis Garci y está dedicada al mundo de la radio. La sinopsis reza como sigue: Un locutor de radio, del programa nocturno Solos en la madrugada, atraviesa una crisis sentimental que, unida a su obsesión por los problemas de su generación, le hace realizar crónicas satíricas y derrotistas de la sociedad española durante los años de transición democrática española de finales de los años setenta.
¿Que qué tengo que ver yo con ese mundo del que se habla en la película? Pues más bien poco. Casualmente yo nacía el mismo año que ésta llegaba a los cines, en el otoño 1978. Pero me hace mucha gracia el tono derrotista de Sacristán, don Pepe, en esos magníficos monólogos radiofónicos, escritos por un Garci que todavía sabía distinguir entre un estilo literario emocionante y un lirismo teatral acartonado. Y como le dice a sus oyentes: "Queridos inútiles..."
De Garci, las ocho primeras películas son deliciosas —esa Asignatura aprobada, esas Verdes praderas, ese Volver a empezar...-, e incluso se cuelan algunas joyas impagables —esos dos Crack, esa Sesión continua—, pero todas han quedado eclipsadas por los chuscos de los últimos años. Y claro, como aquí en España todo lo que pasa de 1992 ya es como hablar de los Reyes Católicos... Pero eso, como escribió Michael Ende, es otra historia.
El caso es que aquí dejo los monólogos de apertura y de cierre de Solos en la madrugada. Porque me gustan, porque quiero tenerlos en mi blog, y porque con ellos quiero reivindicar el buen cine español con más de treinta años. Que después salen las listas de los clásicos y solo hay películas de Hollywood. “Claro, es que estos americanos...” ¡No, señor! ¡Qué puñeta, los americanos! Ellos defienden, lo suyo, como es lógico. Lo que no es normal es que aquí le preguntes a gente de menos de treinta y cinco y apenas te sepan citar películas españolas anteriores a 1980. Con su permiso, Valcárcel, don Horacio: “Es que nos han confundido mucho con lo de la españolada”.
Y para cerrar esta entrada, en la que no creo decir demasiado que pueda interesarle a nadie, voy a colgar esa canción de la que habla el protagonista en el monólogo final: Tell Laura I love her, de Ray Peterson. O lo que es lo mismo, Dile a Laura que la quiero, "de Raimundo Pérez, si hubiese nacido en el Imperio". Es una historia yanqui cien por cien de los años cincuenta: Tommy quiere regalarle un anillo a Laura y se decide a conseguir el dinero en una carrerea de coches. No puede hablar con la chica, así que le encarga a su madre que le diga que la quiere, y que a lo mejor llega tarde. Y al final, pasa lo que pasa. Bonita de las de echa-pa-cá-ese-pañuelo…
No sé si no he escrito por falta de tiempo, de ganas o de algo interesante que decir. Tal vez por las tres cosas, o quizá por ninguna de ellas. Después de todo, ¿qué es esto de escribir en un blog? Puedo pensar que lo que tengo que decir tal vez le interese a mucha gente, lo cual es mucho suponer, o sencillamente dármelas de cándido de la vida y plasmar mis monólogos interiores e inquietudes varias en este balcón de cara a la plaza del pueblo, sin deberos ninguna explicación, como alcalde vuestro que no soy.
Es curioso cómo todo se relativiza según la situación. Lo que hoy es importante mañana carece completamente de interés. Si estoy contento puedo levantarme ansioso por escribir mil cosas en el blog, y si mañana estoy abatido no alcanzaré a imaginar qué ha podido moverme a malgastar mi tiempo y el vuestro con tanta palabrería.
Mi padre me hizo pensar en algo interesante hace un par de semanas. Llevaba algunos días sin hablar con ellos, y cuando finalmente lo hicimos, me dijo que a pesar de todo sabía que estaba más o menos bien, porque había leído las últimas entradas del blog y me veía animado. Vaya, interesante... Así que el blog puede llegar a ser una suerte de termómetro anímico. Pues es verdad.
Así que ayer, lamentando de nuevo, entre otras cosas, el llevar días sin alejado de esto, me planteé que el hecho de no tener el ánimo para bailar rumba no implica que deje de escribir. De hecho, para un melancólico compulsivo como es mi caso, sería una gran contradicción que sólo diseñase entradas cuando estoy radiante de felicidad. Otra cosa, claro, es el miedo a resultar demasiado sincero, el miedo a que las entradas se conviertan en algo más personal, páginas casi de un diario íntimo. Pero, ¡qué puñetas! Arranco las que no me gusten y fuera.
De cualquier modo, sentado ante la pantalla esta mañana, tampoco se me ocurría como meterle mano al asunto. Así que recurrí a lo de siempre, al cine. A ese viejo amigo al que he amado con pasión durante años y al que he sido infiel en demasiadas ocasiones. A ese guía en los viajes más insospechados al que tiendo a volver cada vez que las cosas van demasiado bien o demasiado mal.
Películas para reír y para llorar, para disfrutar del amor y para recuperarlo, para imaginar el futuro que nunca será y revivir el pasado que no pudo ser, para reencontrarse con los viejos amigos y estrechar la mano de los nuevos; películas para descubrir secretos que son mentira y aprender de las mentiras que un día fueron verdad, para pasear por los rincones de ciudades que nunca serán como nos gustaría, para sentirse otra persona, como uno pudo ser o quiso ser o querría llegar a ser, a sabiendas de que es imposible.
“Una cosa es la vida, y otra mucho más peligrosa, el cine”. Pues sí, Valcárcel, don Horacio, tiene usted mucha razón. Y por eso, porque es menos peligroso y en ocasiones mucho más gratificante, yo tengo mi cine de cabecera para según qué momentos. Y esta mañana me animé a mirar en el Youtube si a algún pirado —como yo, pero aún más aburrido, tanto como para dedicarse a cortar y subir archivos— le había dado por seleccionar momentos de la película Solos en la madrugada.
Fue la segunda cinta dirigida por José Luis Garci y está dedicada al mundo de la radio. La sinopsis reza como sigue: Un locutor de radio, del programa nocturno Solos en la madrugada, atraviesa una crisis sentimental que, unida a su obsesión por los problemas de su generación, le hace realizar crónicas satíricas y derrotistas de la sociedad española durante los años de transición democrática española de finales de los años setenta.
¿Que qué tengo que ver yo con ese mundo del que se habla en la película? Pues más bien poco. Casualmente yo nacía el mismo año que ésta llegaba a los cines, en el otoño 1978. Pero me hace mucha gracia el tono derrotista de Sacristán, don Pepe, en esos magníficos monólogos radiofónicos, escritos por un Garci que todavía sabía distinguir entre un estilo literario emocionante y un lirismo teatral acartonado. Y como le dice a sus oyentes: "Queridos inútiles..."
De Garci, las ocho primeras películas son deliciosas —esa Asignatura aprobada, esas Verdes praderas, ese Volver a empezar...-, e incluso se cuelan algunas joyas impagables —esos dos Crack, esa Sesión continua—, pero todas han quedado eclipsadas por los chuscos de los últimos años. Y claro, como aquí en España todo lo que pasa de 1992 ya es como hablar de los Reyes Católicos... Pero eso, como escribió Michael Ende, es otra historia.
El caso es que aquí dejo los monólogos de apertura y de cierre de Solos en la madrugada. Porque me gustan, porque quiero tenerlos en mi blog, y porque con ellos quiero reivindicar el buen cine español con más de treinta años. Que después salen las listas de los clásicos y solo hay películas de Hollywood. “Claro, es que estos americanos...” ¡No, señor! ¡Qué puñeta, los americanos! Ellos defienden, lo suyo, como es lógico. Lo que no es normal es que aquí le preguntes a gente de menos de treinta y cinco y apenas te sepan citar películas españolas anteriores a 1980. Con su permiso, Valcárcel, don Horacio: “Es que nos han confundido mucho con lo de la españolada”.
Y para cerrar esta entrada, en la que no creo decir demasiado que pueda interesarle a nadie, voy a colgar esa canción de la que habla el protagonista en el monólogo final: Tell Laura I love her, de Ray Peterson. O lo que es lo mismo, Dile a Laura que la quiero, "de Raimundo Pérez, si hubiese nacido en el Imperio". Es una historia yanqui cien por cien de los años cincuenta: Tommy quiere regalarle un anillo a Laura y se decide a conseguir el dinero en una carrerea de coches. No puede hablar con la chica, así que le encarga a su madre que le diga que la quiere, y que a lo mejor llega tarde. Y al final, pasa lo que pasa. Bonita de las de echa-pa-cá-ese-pañuelo…
Laura y Tommy estaban enamorados
El quería dárselo todo
Flores, regalos, y más que nada, un anillo de matrimonio
Vio un anuncio de una carrera de autos
Mil dólares era el premio, decía el cartel
No pudo hablar con Laura por teléfono
Así es que a su madre, Tommy le dijo:
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que puede ser que llegue tarde
Tengo algo que hacer que no puede esperar”
Condujo en su auto hasta el terreno de la carrera
Era el conductor más joven
La multitud rugía cuando empezaron la carrera
Alrededor de la pista conducían a un ritmo mortal
Nadie sabe qué pasó ese día
Cómo fue que su coche estalló en llamas
Pero mientras lo sacaban de los restos retorcidos
Con su último aliento, lo escucharon decir:
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá”
Ahora Laura reza en la capilla
Por su Tommy que falleció
Él solo vivió y murió por Laura
Sola en la capilla, puede escucharlo llorar
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá
Dile a Laura que la amo
Dile a Laura que la amo...”
El quería dárselo todo
Flores, regalos, y más que nada, un anillo de matrimonio
Vio un anuncio de una carrera de autos
Mil dólares era el premio, decía el cartel
No pudo hablar con Laura por teléfono
Así es que a su madre, Tommy le dijo:
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que puede ser que llegue tarde
Tengo algo que hacer que no puede esperar”
Condujo en su auto hasta el terreno de la carrera
Era el conductor más joven
La multitud rugía cuando empezaron la carrera
Alrededor de la pista conducían a un ritmo mortal
Nadie sabe qué pasó ese día
Cómo fue que su coche estalló en llamas
Pero mientras lo sacaban de los restos retorcidos
Con su último aliento, lo escucharon decir:
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá”
Ahora Laura reza en la capilla
Por su Tommy que falleció
Él solo vivió y murió por Laura
Sola en la capilla, puede escucharlo llorar
“Dile a Laura que la amo, dile que la necesito
Dile a Laura que no llore
Mi amor por ella nunca morirá
Dile a Laura que la amo
Dile a Laura que la amo...”
6 comentarios:
Bueno, pues para no saber qué contar has contado bastante. Has dado un repasito interesante a cine con bso incluida.
La verdad es que muchas veces el estado de ánimo hace que uno se coarte a la hora de soltar pensamientos al aire para no "castigar" a los amigos asiduos que uno tiene. Pero sí que es cierto que al fin y al cabo todos buscamos el estado de ánimo de las personas según lo que les leemos.
Además, tu estado de ánimo es fácilmente reconocible por aquí, así que no dejes de escribirnos ningún día.
Ay, Sempi, Sempi, Sempi...Lo que tú no sepas, ¡Tunanta!
Jejeje ... Tunantaaaaaaaaa ... Grandioso post Javi. A ver si dentro de poco hacemos un maratón de películas. En el antepenúltimo post de mi blog lo mencioné de pasado, hacerlo sobre Richard Brooks. Pero vamos, que sobre J.L. Garci tampoco estaría mal :)
Aquí, públicamente, te adelanto que cuando te ponga 'Sesión continua' te van a temblar las cancanillas y se te va a aflojar el moquillo cinéfilo. Ya verás...
El cine sabrá comprender tus continuas infidelidades, tal vez porque te ama al igual que tú la amas.
Hacia mucho tiempo que no escuchaba esa gran canción, sobre lo que comentas de Garci, a pesar de algunas sombras, no tanto en su faceta de director, es uno de los grandes, esta película me trae especialmente muy buenos recuerdos aunque me sigue pareciendo su película más redonda “Volver a empezar”.
A mí me gusta mucho 'Volver a empezar', sin embargo, creo que puestos a quedarme con una de él es posible que me quedase con 'El crack', o por puro romanticismo cinéfilo, con 'Sesión continua'.
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