viernes, 8 de agosto de 2008

Quiero la cabeza de Alfredo García


Anoche, después de poner el mando a distancia de todas las maneras posibles, como cada noche, acabé viendo un película en dvd. Es tal la repulsión que le estoy cogiendo a "nuestra pantalla amiga", que ya incluso cuando veo que ponen una película interesante, de éstas que dices "vaya, sí que tenía curiosidad por verla", pues voy y la busco en... otros medios, porque no hay quien soporte tanta publicidad (y encima, tan mal insertada).

Pero bueno, que el tema no es ése. El tema es Alfredo García. Sí, ayer volví a verla. Mi nuevo clásico. Decía unos post atrás que revisitaba a menudo El Dorado, de Howard Hawks, desde que era niño. Pues bien, algo así me viene ocurriendo desde hace unos años con dos películas: Ciudad dorada, de John Houston (ésa, para otro post), y Quiero la cabeza de Alfredo García, de Sam Peckinpah.

¡Qué película tan dura, tan amarga! La historia que se cuenta es ruda, pero aún más dramática resulta la que se esconde más allá de esas imágenes. Quiero la cabeza de Alfredo García narra los intentos desesperados de Benny, un desdichado estadounidense en el norte de México por una recompensa. Alguien ha puesto precio a la vida de un hombre, Alfredo García, y el protagonista se entera de que ya está muerto; sólo tiene que hacerse con su cabeza como prueba. En el intento se le presentarán numerosos obstáculos, barreras que no hacen sino enloquecerlo aún más por lograr su objetivo.

Mucho más allá que Grupo salvaje, no cabe duda de que Quiero la cabeza de Alfredo García es la más "peckinpahniana" de todas las películas que dirigiera ese loco magistral que fue Sam Peckinpah. Sólo en esta película tuvo control absoluto sobre el guión, los actores y el montaje. Nunca antes, nunca después. Sin duda es por esa razón que se trata de su obra más personal, su película más violenta y la más romántica.

Porque, de hecho, el protagonista es él. Cuentan sus colaboradores que no llegó a darse cuenta de que el actor protagonista, ese maravilloso Warren Oates en verdadero estado de gracia, se vestía como Peckinpah, gafas oscuras incluidas, y llegaba a imitar alguno de sus gestos. Y es que la búsqueda desesperada, a cualquier precio, de la cabeza de Alfredo García, no es sino un reflejo de la necesidad de Peckinpah por ver terminado su trabajo, su obra, su película.

Por aquel entonces, 1974, el consumo de alcohol por parte de Peckinpah había empezado ya a afectar a su salud de manera evidente. Atrás quedaba el colérico realizador que echaba a los productores del set revólver en mano o que, cuando una escena se empeñaba en salir mal, se orinaba en la cámara. Ahora Peckinpah luchaba contra sus demonios internos con una ferocidad que estaba costándole la vida.

De ese estado anímico surgió una obra maestra difícil de ver y aún más compleja de comprender. Pero merece la pena el intento. Aunque sólo sea por deleitarse con la fotografía, con los tugurios y puebluchos retratados, por disfrutar con las actuaciones, de Oates, de Kristofferson o del "Indio" Fernández.

Rompedora, sangrante, adictiva. Me gusta. La adoro. Bring me the head of Alfredo García...



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